jueves, 30 de junio de 2011

Una semana en el motor de un autobús: el disco que casi acaba con Los Planetas


A finales de 1996 Los Planetas estaban al borde de la desaparición. Poco antes de acabar la gira de Pop la bajista May Oliver decide tirar la toalla en vista de los cauces que estaba tomando el grupo, al batería Raúl Santos (que a su vez había sustituido a Paco Rodríguez) le invitan a irse al terminarla y Florent, guitarrista y coautor de la mayoría de los temas, vive en un continuo “viaje” que lastra cada vez más a una banda que no sabe por donde puede salir… En este contexto y lleno de dudas J (cantante y letrista) comenzó a gestar el siempre difícil tercer disco y supone el punto de arranque de Una semana en el motor de un autobús: el disco que casi acaba con Los Planetas que ha escrito Nando Cruz y publicado la editorial Lengua de Trapo.

Desde el momento en que tocan fondo en un concierto en Copenhague hasta la salida del disco en la primavera de 1998, el libro nos va desgranando todos los avatares por los que pasan a lo largo de ese interminable año y medio: la recomposición del grupo con la incorporación de Eric Jiménez y Kieran Stephen, el viaje a Nueva York para conocer el estudio en el que han decidido grabar, el sufrimiento con el que van naciendo algunas de las canciones, los ensayos, la frustración por el rechazo permanente de la discográfica a las sucesivas maquetas que van presentando, las angustias de J ante el incierto futuro, la estancia de Florent en Madrid desintoxicándose y su sustitución temporal por Banin, el paso de las semanas con todo preparado a la espera del visto bueno de RCA, más ensayos, la grabación en la Gran Manzana con Kurt Ralske, las mezclas…

Uno de los aspectos más interesantes es ver como los temas van impregnándose del momento de transformación que se está produciendo en el grupo, no solo en lo musical si no sobretodo en lo personal. Lo han pasado muy bien los años anteriores pero se encuentran ante el dilema de profesionalizarse o dejarse llevar hasta un irremediable final. J lo tiene claro pero el precio que tendrán que pagar si las cosas no salen bien es demasiado alto. Madurar en todos los sentidos o morir, y como telón de fondo un disco que lo absorbe todo. Esta lucha universal que acaba con la pérdida de la inocencia hace que el libro, con una temática muy concreta y aparentemente destinado a fans, pueda interesar a toda clase de público y leerse sin ningún problema aunque no se conozca a Los Planetas y nunca se haya escuchado Una semana en el motor de un autobús. Como pega para estos lectores es que en las referencias al pasado de la banda se dan cosas por sentadas que no tienen porque saberse.

Es de agradecer también la forma en que se tratan las canciones. Durante años la moda en los libros que analizaban discos era bucear en lo que quería decir el autor en cada línea obviando cualquier otro detalle. No digo que eso no pueda interesar a determinadas personas, pero el fan o estudioso no necesita que otros le digan lo que él mismo puede hacer (una canción tiene tantas interpretaciones como personas que la escuchan) y lo que le apetece es saber lo que estaba haciendo el autor cuando surgió el tema, cuándo y cómo se grabó, qué músicos tocaban en la maqueta o en la versión del disco, si la interpretaron en tal o cual concierto…, y de ese tipo de información es de la que se alimenta el libro gracias a las conversaciones del autor con todos los que de una u otra manera participaron en esa aventura.

El resultado de todos es sabido. Los Planetas consiguieron su mejor disco al que muchos definieron como el de madurez del movimiento indie y Nando Cruz ha logrado dar forma a una magnífica historia para el disfrute de todos. Esperemos que el buen hacer de Lengua de trapo en esta nueva colección llamada Cara B se vea recompensado como merece y que a este título (y a Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick también recién publicado) le sigan muchos más. En el horizonte el Honestidad brutal de Calamaro, Cajas de música difíciles de parar de Nacho Vegas y El estado de las cosas de Kortatu. Para chuparse los dedos…

Texto publicado en la revista Culturamas

lunes, 6 de junio de 2011

Kiko Veneno y Juan Perro vienen dando el cante


En esto de la música de vez en cuando se producen encuentros especiales que, una vez terminados, pasan para no volver a repetirse más convirtiéndose en hitos que se siguen recordando con el paso de los años. Uno de esos momentos, que en su día tuvo mucha repercusión y ahora apenas se recuerda, es el que se produjo entre Kiko Veneno y Santiago Auserón del que surgió el soberbio “Echate un cantecito” y una pequeña gira por teatros (apenas fueron 14 conciertos en 11 ciudades distintas).

Hablar ahora de Kiko Veneno es hacerlo de una de las grandes figuras de nuestra historia musical (aunque solo sea por la copaternidad, junto a Raimundo y Rafael Amador, de Veneno para muchos el mejor disco grabado en este país), pero a principios de los 90, tras una fructífera década anterior, su estrella se había apagado casi por completo. Se ganaba la vida como buenamente podía en Sevilla, montando bares, vendiendo en el rastro, trapicheando, cantando donde le dejaban..., hasta que una noche se encontró con Santiago Auserón. Ambos se conocían desde la época del Música moderna de Radio Futura y siempre habían tenido una buena relación, así que al verlo en esa situación este le animó a que “dejara de buscar y empezara a encontrar”.

Durante los dos años siguientes Santiago le tuteló asesorándole con las letras, haciéndole propuestas, consiguiéndole discográfica y sugiriéndole al productor Jo Dworniak, al que conocía por haberse encargado de esa tarea en La canción de Juan Perro. A pesar de sus dudas (no concebía como iba a entender su disco alguien que nunca había escuchado una guitarra flamenca) Kiko aceptó y, paradójicamente, fue en Londres donde finalmente logró plasmar todos esos sonidos que había estado buscando durante años. Desde el primer momento Auserón se dio cuenta de que el disco era realmente bueno y, como sabía que la discográfica al margen de los gastos de la grabación no pensaba gastarse un duro en su promoción (no dejaba de ser una vieja gloria que venia recomendada), pensó que había que hacer algo para darle la difusión que merecía.

Corría septiembre de 1992 y Radio Futura había anunciado unos meses antes su separación. Santiago vivía apartado del mundanal ruido en un pueblecito de Mallorca e invitó a Kiko para asistir a una fiesta contracultural que se iba a organizar con motivo de los actos del 92. Asistieron músicos de todo tipo que acabaron juntos y revueltos cantado en una plaza de Deyá temas de Kiko y Santiago, folclore mallorquín y boleros, en una fiesta prácticamente improvisada. La cosa fue tan bien que decidieron hacer una gira conjunta en la que uno presentaría su nuevo disco y el otro su nuevo proyecto musical en el que se transformaría en Juan Perro.

En apenas unos meses dieron forma a la aventura y el 24 de febrero de 1993 en el Teatro Albéniz de Madrid echaba a andar el espectáculo Kiko Veneno y Juan Perro vienen dando el cante. Un precioso cartel diseñado por Max y el curriculum de los dos protagonistas era un reclamo más que suficiente para que la gira fuese un éxito, pero eso había que refrendarlo sobre las tablas con lo que la elección de los músicos que los arropasen en el escenario sería determinante. Para la ocasión se hicieron acompañar por Raimundo Amador y Edu Nascimento en las guitarras, Luis Auserón en el bajo, Antonio Rodríguez (de Smash) con la batería y Rogelio Souza en la percusión, logrando reunir en una sola formación a las dos terceras partes de bandas tan míticas como Veneno y Radio Futura.

Ni que decir tiene que, a pesar de no hacer hecho apenas publicidad y gracias al boca-oreja, la mini gira resultó un rotundo éxito tanto en lo musical como en la respuesta del público y la crítica. En el repertorio se intercalaron temas de ambos en el que los de Kiko, al margen de un par de ellos de etapas anteriores y una versión en castellano del Stuck inside of mobile with the Memphis blues again de Bob Dylan, se centraron en Echate un cantecito, mientras que los de Juan Perro fueron una mezcla de las últimas canciones que grabó con Radio Futura, algunas antiguas que se habían desestimado para la banda y varias de las que acababa de componer y que irían en su primer disco en solitario (Raíces al viento – 1995).

Nada volvió a ser igual en sus vidas tras esta gira. Desde ese momento la carrera de Kiko dio un giro de 180 grados logrando, una vez más, el reconocimiento generalizado y empezar a vivir por fin de la música, mientras que para Auserón fue el comienzo de una nueva etapa en la que empezaría a disfrutar de la música lejos de las grandes masas y las exigencias de un contrato. Ambos no han dudado en romper con la industria por no estar de acuerdo con las reglas de juego que esta impone y, en lugar de acomodarse como sus colegas de generación y culpar a internet de todos sus males, han sido capaces de mirar más allá y convertirse en pioneros en la búsqueda de medios alternativos para vender su música (que además ellos mismos se editan).

Texto publicado en la revista Culturamas