miércoles, 9 de noviembre de 2011

Esta noche se reanuda la gira española de The Brew


Apenas habían pasado un par de minutos desde el final del concierto y los tres componentes de The Brew ya se encontraban en la puerta de la sala saludando a la gente que salía, haciéndose fotos con todo el que se lo pidiese y firmando entradas y discos. Esto sucedió el pasado sábado en Valladolid pero, por lo que luego me comentaron, es un ritual que repiten noche tras noche ya el show no termina hasta que el último espectador se ha marchado lo más satisfecho posible. Eso, que debería ser lo habitual, a mí me llamó mucho la atención porque por aquí estamos acostumbrados a escuchar las quejas de los músicos en lugar de verlos tomar ejemplo de acciones como esta. Nadie duda que después de dos horas sobre un escenario lo que apetece es descansar un poco y tomarse una cerveza tranquilo, pero con eso se pierde una magnífica ocasión de promoción y de quedar de maravilla ante tu público que al fin y al cabo es el que le da de comer.

Pero The Brew no son sólo una buena gestión de cara al exterior. En lo que realmente importa llama la atención lo buenos instrumentistas que son a pesar de la juventud de dos de sus miembros. Jason Barwick (22) es un soberbio guitarrista que a veces se pasa imitando las posturas clásicas de gente como Townshend, Page o Hendrix, pero ejerce con mucha solvencia y chulería su papel de frontman, mientras que Kurtis Smith (23) tras la batería carga con el peso de dar a sus conciertos ese ritmo incendiario que deja pasmados a los que los ven por primera vez. La tercera pata del proyecto, Tim Smith, es padre de Kustis y además del bajo se encarga de dirigir de una manera bastante coherente y acertada los pasos del grupo.

Hay que decir que tanto su primer disco (The Brew de 2006) como los tres que le han sucedido (The Third Floor, que ahora presentan, lo publicaron en septiembre), sin ser nada del otro mundo se escuchan con agrado y no son más que la excusa perfecta para seguir girando y demostrar sobre las tablas de lo que son capaces. Probablemente sean conscientes de esas limitaciones compositivas (que sobre todo recaen en papa Smith), pero también lo son de cual es su punto fuerte y a fe que saben explotarlo. El formato de trío se ajusta como un guante a esa mezcla de blues-rock que realizan y, aunque por momentos su música nos recuerde a Cream, The Who, Led Zeppelin, la Experience e incluso a los primeros Pink Floyd, han conseguido asimilar todos los ritmos que sonaban en el Reino Unido en la frontera de los sesenta y setenta para luego hacerlos suyos.

En los últimos años se han convertido en fijos de festivales veraniegos de toda Europa, recorrido varias veces el continente y sobre todo se han ganado el respeto de un mundillo a veces tan complicado como este. Esta noche, tras pasar por Pamplona, Logroño y Valladolid y dedicar unos días a la promoción, reanudan su gira española en la sala El Sol de Madrid. Aún quedan nueve ocasiones para poder disfrutar de ellos y cualquier amante de la música en directo no debería perdérselos. Es cierto que sólo garantizan un par de horas de alto voltaje musical pero, tal y como están las cosas, es más de lo que pueden ofrecer la gran mayoría. Las fechas que todavía tienen pendientes son:

• 9 de Noviembre – Madrid (El Sol)
• 10 de Noviembre – Zaragoza (La Casa del Loco)
• 11 de Noviembre – Terrassa (Faktoria d’Arts)
• 12 de Noviembre – Valencia (Durango Club)
• 14 de Noviembre – Santander (Black Bird)
• 16 de Noviembre – Vigo (La Fábrica de Chocolate)
• 17 de Noviembre – Pontevedra (Karma)
• 18 de Noviembre – A Coruña (Le Club)
• 19 de Noviembre – Gijón (Casino - Sala Acapulco)

Texto publicado en la revista Culturamas

viernes, 4 de noviembre de 2011

091, un destino sin cartas en la manga


Existen en la historia de la música de nuestro país pocas (¿ninguna?) formaciones que, con tanto material de calidad entre las manos, haya tenido peor suerte que 091. Como premio de consolación les queda haberse convertido en una banda de culto, idolatrada aún por los que la conocen aunque, por desgracia, absolutamente olvidados por casi todos los demás. Su origen hay que buscarlo en Granada a principios de los años 80 en las escisiones de dos bandas locales, TNT (de la que llegaron José Antonio García y Tacho González) y Al-Dher (José Ignacio Lapido) a los que se une Antonio Arias para completar un cuarteto que empieza a mezclar casi de inmediato el blues con el rock clásico de los 60 aderezado con unos toques punk.

Su debut discográfico se produjo en 1983 con un fantástico single (Fuego en la oficina / Llamadas anónimas) en el que desprendían toda su energía punk pero cuidando los arreglos y el acabado de las canciones. Todo esto no se vio refrendado un año después con un segundo single no tan contundente y su primer LP (Cementerio de automóviles) que, vistos los resultados, tal vez les llegó demasiado pronto. A pesar de tener algunos temas interesantes fracasa por una producción que acaba aniquilando la intensidad del álbum y no refleja (como le pasó a muchísimos grupos de la época) su sonido en directo. Un nuevo single les abre las puertas de una compañía mayor (pasan de DRO, que estaba empezando, a Zafiro) lo que unido a la relación de amistad que entablan con Joe Strummer de The Clash (que se ofrece a producir su siguiente trabajo) hace que piensen que por fin la suerte se va a aliar con ellos.

Más de cien lobos (1986) es para muchos su mejor disco y, aunque yo no acabo de tenerlo tan claro, es cierto que la colección de canciones que contiene es casi insuperable y no tiene desperdicio alguno. A Strummer lo habían conocido en Granada y consiguió definir el estilo del grupo introduciendo arreglos sencillos en una producción que se ajustaba mucho más al rotundo sonido del grupo en directo, lejos de ese toque gotiquillo que arruinó su debut. Era el disco y el momento para dar el gran salto, ya además que sus conciertos empezaban a ser rompedores y los que los conocían caían rendidos a sus pies. Pero la compañía, con su inexplicable política de dejar que otros hagan su trabajo, no mueve un dedo por ellos y sin promoción no consiguen traspasar la frontera del reducido círculo de seguidores que ya tenían. Evidentemente no pasa nada y, aunque es su trabajo más vendido con 15000 copias, Zafiro los da por perdidos.

A pesar de todo no se rinden y responden dos años después con Debajo de las piedras (1988), de nuevo con grandes canciones pero esta vez con una producción más blandita. De ahí extraen el single La torre de la vela que, de haber sonado en las radios comerciales, se habría convertido en un éxito seguro, pero la fortuna les sigue siendo esquiva y el milagro del boca a boca no se produce. Sus letras cada vez son más maduras y profundas lo que empieza a situarlos como un grupo de rock adulto siendo cada vez más apreciados por la crítica y un público musicalmente exigente que no busca hits pegadizos de consumo rápido.

Las relaciones con su discográfica se complican tras negarles la carta de libertad y no comprometerse a trabajar un poco en la promoción, así que vuelven a estar solos ante un destino que ven cada vez más negro. Toda esta situación se refleja en sus nuevos temas (Doce canciones sin piedad de 1989) en los que abandonan la luminosidad y vitalismo de anteriores entregas para volverse más oscuros y pesimistas. No afecta a su calidad, ya que vuelve a situarse muy por encima de lo que se estaba publicando en España en ese momento, pero su hartazgo empieza a ser una realidad que se percibe claramente en las pocas entrevistas que realizan. Suenan más duros, pero la poesía de Lapido empieza a adquirir unos tintes dylanianos que, con el tiempo, llevaría a que se los valorase más por sus letras que por su música.

Existe una grabación de Radio-3 perteneciente a esa gira en la que se puede comprobar lo contundentes que eran sus directos y que, como mínimo, sonaban igual de bien que Loquillo y Trogloditas, para muchos la mejor banda de rock and roll de los 80. La voz de José Antonio García ya suena con ese toque tan reconocible y personal, mientras que Tacho González (batería) y Antonio Arias (bajo) forman una base rítmica perfectamente conjuntada. Demuestran que tienen todo para abandonar el malditismo pero parecen condenados a el. Al final de esa gira Arias los abandona para formar Lagartija Nick por lo que su siguiente disco, El baile de la desesperación (1991), acabará siendo registrado como trío. El título del álbum y de algunos de sus temas son reflejo de la frustración en la que se encuentran sumidos y, aunque en lo musical no les pasa factura, en lo personal cada vez les afecta más.

Tras concluir su contrato con Zafiro, que en esta ocasión pasa de ellos con razón (sabían que iban a irse con otra discográfica), llegan a Polydor que busca un grupo con el que repetir el pelotazo de La Frontera. En 1993 publican Tormentas imaginarias pero los problemas de falta de promoción vuelven a repetirse y las buenas críticas que siguen recibiendo no son suficientes para cubrir sus expectativas (ni las de la discográfica) por lo que deciden intentarlo por última vez con una independiente granadina llamada Big Bang. Con Todo lo que vendrá después (1995) sucede como en el anterior, hay buenas canciones pero se nota que ya van con el piloto automático puesto repitiendo una y otra vez viejas fórmulas.

Se habían cansado de llamar a todas las puertas imaginables y sus cabezas estaban demasiado agotadas para tratar de dar un nuevo salto mortal. La única salida posible era separarse y tratar de buscar cada uno por su cuenta un nuevo camino. La noticia se hizo oficial cuando el 9 de enero de 1996 el diario Ideal de Granada en su sección de cultura titulaba a grandes caracteres: “091 se disolverán tras la gira de invierno”. Atravesaron España por ultima vez durante los meses de febrero, marzo y mayo de ese año visitando Jaén, Córdoba, Jerez, Úbeda (Jaén), Murcia, Albacete, Castellón, Valencia, Barcelona, Lérida, Madrid, Zaragoza, Valladolid (donde un servidor pudo entrevistarlos), León, Santiago y Macarena (Granada), donde bajaron definitivamente el telón tras dos apoteósicos conciertos el 17 y 18 de mayo.

Esas actuaciones fueron registradas y publicadas unos meses después bajo el título de Último concierto y son, además del broche perfecto para su carrera, un testimonio muy preciso de lo que fueron sus directos a lo largo de los más de 15 años que estuvieron juntos. Hoy por hoy esta es la única de sus grabaciones que puede encontrarse sin ningún problema (en la web de José Ignacio Lapido gracias a que fue reeditada con un DVD con motivo del décimo aniversario, pero el resto de su obra lleva años descatalogada. Con mucha suerte se puede encontrar alguno de sus viejos vinilos en alguna tienda de segunda mano (sólo se editaron en CD los tres últimos, un par de recopilatorios un poco cutres y el primero con un par de singles de bonus), pero el afortunado que lo haga deberá prepararse para rascarse los bolsillos porque, a causa de las poquísimas copias que circulan por ahí, su cotización es bastante alta. Por desgracia esta invisibilidad no ha ayudado demasiado a que salgan del baúl de los recuerdos, aunque al menos ha conseguido que lenta pero firmemente su leyenda haya seguido creciendo hasta nuestros días…

Texto publicado en la revista Culturamas