Poco que contar de las últimas semanas de la niña rockera. Hay nuevas canciones que quiere cantar, aunque a mi empiezan a creárseme ciertos dilemas que no se muy bien como resolver. Ha escuchado varias veces el “Salir” de Extremoduro (Salir, beber, el rollo de siempre, meterme mil rayas, hablar con la gente, llegar a la cama y... ¡joder que guarrada! sin ti...) y parece que el ritmillo la ha gustado ya que me pide que se la cante porque se la quiere aprender. Yo la doy largas ya que me da no se qué, que en un momento dado, se ponga a cantarla por ahí y sobre todo que quiera saber que significa lo que canta...
Cuando la digo que no lo entiendo muy bien se me queda mirando con un gesto con el que me está diciendo ¡ya!, pero de momento, y se lo agradezco, no insiste y parece que mi argumento la convence. En cualquier caso no descarto acabar escuchándola un día cantándola a gritos en medio de la calle ya que no sería la primera vez que se ha aprendido alguna canción solo escuchándola y sin que yo se la repita. Lo sé, la culpa es mía por no tener más cuidado en la selección de los temas que pongo en casa o en el coche, pero es que hasta ahora no me había planteado que en esto de la educación musical tan importante es el continente como el contenido. Ya veré que hago al respecto, pero al menos de momento trataré de tener un poco más de cuidado.
En otro orden de cosas diré que sigue sin tener muy claro (aunque se lo expliqué el “día de la música”) que cada canción que escucha o cada disco que ve, pertenecen a artistas distintos. La suerte hizo que, cuando camino del sur de las Landas francesas hace tres semanas hicimos noche en una casa rural cerca de Legutiano (Alava), en dicho pueblo hubiese un pequeño festival con bandas de la comarca. Cuando pasamos por la plaza a primera hora de la tarde estaban probando sonido y no fue consciente de lo que estaban haciendo pero, cuando a la hora de cenar volvimos a pasar, estaba tocando un grupillo de rhythm & blues, y allí nos quedamos hasta que terminaron. Fue en ese momento, mientras íbamos a buscar a su madre y su hermana que se habían alejado un poco por los decibelios, cuando me dijo que la había gustado mucho Neil Young y teníamos que ir a verle otra vez.
En cualquier caso lo más relevante que me ha sucedido estos días ha sido descubrir como mi niña rockera ha encontrado no sólo alguno de mis puntos débiles si no también la forma para tratar de sacarles partido. No recuerdo muy bien las circunstancias, pero el caso es que una tarde me enfadé bastante por algo que dijo o hizo y me fui a otra habitación para no estar con ella. De entrada ella siguió a lo suyo, pero al rato apareció por donde yo me encontraba y se puso a pasear delante de mí como quien no quiere la cosa. Al cabo de un par de minutos, cuando se dio cuenta de que no pensaba decirla nada y que el cabreo iba en serio, se sentó a mi lado y, tras cogerme el brazo y apoyar la cabeza sobre el, me dijo: “papi no te enfades, que a mi también me gusta Bob Dylan”...
Y ahí se quedó hasta que me ablandé y las cosas volvieron a ser como siempre.
Cuando la digo que no lo entiendo muy bien se me queda mirando con un gesto con el que me está diciendo ¡ya!, pero de momento, y se lo agradezco, no insiste y parece que mi argumento la convence. En cualquier caso no descarto acabar escuchándola un día cantándola a gritos en medio de la calle ya que no sería la primera vez que se ha aprendido alguna canción solo escuchándola y sin que yo se la repita. Lo sé, la culpa es mía por no tener más cuidado en la selección de los temas que pongo en casa o en el coche, pero es que hasta ahora no me había planteado que en esto de la educación musical tan importante es el continente como el contenido. Ya veré que hago al respecto, pero al menos de momento trataré de tener un poco más de cuidado.
En otro orden de cosas diré que sigue sin tener muy claro (aunque se lo expliqué el “día de la música”) que cada canción que escucha o cada disco que ve, pertenecen a artistas distintos. La suerte hizo que, cuando camino del sur de las Landas francesas hace tres semanas hicimos noche en una casa rural cerca de Legutiano (Alava), en dicho pueblo hubiese un pequeño festival con bandas de la comarca. Cuando pasamos por la plaza a primera hora de la tarde estaban probando sonido y no fue consciente de lo que estaban haciendo pero, cuando a la hora de cenar volvimos a pasar, estaba tocando un grupillo de rhythm & blues, y allí nos quedamos hasta que terminaron. Fue en ese momento, mientras íbamos a buscar a su madre y su hermana que se habían alejado un poco por los decibelios, cuando me dijo que la había gustado mucho Neil Young y teníamos que ir a verle otra vez.
En cualquier caso lo más relevante que me ha sucedido estos días ha sido descubrir como mi niña rockera ha encontrado no sólo alguno de mis puntos débiles si no también la forma para tratar de sacarles partido. No recuerdo muy bien las circunstancias, pero el caso es que una tarde me enfadé bastante por algo que dijo o hizo y me fui a otra habitación para no estar con ella. De entrada ella siguió a lo suyo, pero al rato apareció por donde yo me encontraba y se puso a pasear delante de mí como quien no quiere la cosa. Al cabo de un par de minutos, cuando se dio cuenta de que no pensaba decirla nada y que el cabreo iba en serio, se sentó a mi lado y, tras cogerme el brazo y apoyar la cabeza sobre el, me dijo: “papi no te enfades, que a mi también me gusta Bob Dylan”...
Y ahí se quedó hasta que me ablandé y las cosas volvieron a ser como siempre.
1 comentario:
No tiene mal gusto la niña rockera eligiendo el Infidels:Jokerman,Sweetheart like you ( una de las canciones más bonitas de Dylan),las guitarras de Knopfler...
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