miércoles, 22 de julio de 2009

La niña rockera - XI


No estaba, ni mucho menos, en mis planes hablar más de una vez al mes de mi niña rockera, pero las circunstancias han hecho que, apenas tres días después de haberlo hecho, vuelva a colarse en estas líneas. Ayer cuando nos levantamos nada de lo que luego sucedió estaba previsto aunque al final, tras varias carambolas a lo largo del día (unas entradas cuyo dueño no iba a aprovechar, la imposibilidad de encontrar a nadie que se quedase con las niñas que hacia inviable ir con mi chica, un día de ERE que hacia que no tuviese que currar...), a las 21:15 de la noche me encontraba saliendo de casa en la bici con la niña rockera sentada en su sillita a mi espalda.

Hora y pico antes la había preguntado si se quería venir conmigo a un concierto y, aunque no respondió, el hecho de que saliese corriendo para contárselo a su madre con los ojos totalmente iluminados, me hizo saber que la hacia ilusión, por lo que tras cenar algo y coger unas chaquetas (hacía un poco de viento) nos pusimos en marcha. De camino por una larga arboleda que bordea el río, la fui contando que, aunque había estado en otros, por primera vez iba a ver a un artista con discos grabados y que además era uno de los más grandes. He de confesar que también la dije que me encantaba que su debut en la primera división fuese precisamente con él, pero o no lo entendió o pasó completamente de mi ya que su contestación fue “papi, a que huele muy bien por la noche”.

Y es que no lo he dicho, pero anoche la cita la teníamos con el maravilloso Kiko Veneno y, aunque ella no supiese quien era, en cuanto la dije que era el que había escrito “Volando voy” se puso a cantar su estribillo y así entró en el Museo de la Ciencia (en cuyo patio central se celebraba el espectáculo) con las entradas en la mano e ignorando una gracia del guardia de seguridad que allí estaba. Está mal que yo lo diga, pero cuando quiere, mi niña puede ser realmente encantadora e incluso divertida, y ayer, rodeada de gente mayor, estaba exultante. Es verdad que, desde que entramos y vio el escenario hasta que empezó la música, estuvo un poco tímida pero, cuando sonaron los primeros acordes de “Superhéroes de barrio” toda la tontería se la pasó y se puso a mover el culo como una loca con una sonrisa de oreja a oreja…

En esa canción sólo paró unos segundos para hacerme un gesto de sorpresa en el párrafo en el que nombra a Dylan pero, cuando varios temas después en la presentación de su versión del “Memphis blues again” volvió a referirse al maestro de Duluth, la duda se adueñó de ella y se me acercó al oído a preguntarme por qué si era Kiko Veneno no dejaba de hablar de Bob Dylan… A partir de ese momento dejó de bailar y se sentó a mi lado. Poco a poco se fue poniendo mimosona así que, cuando al cabo de una hora de concierto me dijo que veíamos una más y nos íbamos a casa, la cogí en brazos y sin dejar acabar la canción y con alguna tímida protesta, iniciamos el retorno (me gustó que a pesar de estar cansada se resistiera a irse y quisiese escuchar una más).

Mientras deshacíamos lo pedaleado hacia casa la niña rockera revivió un poco y empezó a contarme lo que más la había gustado, aunque no ha sido hasta hoy cuando he comprobado que lo decía en serio y no para satisfacerme. Mientras hablaba con su hablaba con su abuela por teléfono me le ha quitado de las manos por que quería contarla que había estado “en un concierto de verdad” y que había sido muy largo por que “como el cantante tiene muchos discos pues canta muchas canciones…”

Hace un rato, cuando la he dejado en la cama, me ha dicho que en lugar de dormir quería que la llevase a un concierto… ¿Y queréis que os diga?, pues que me ha emocionado y que seguro que más pronto que tarde repetiremos la experiencia… Al fin y al cabo un padre tiene que hacer todo lo posible por que sus hijos sean felices… ¿O no?

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