Si en otros géneros musicales como el blues, el jazz o el country estamos acostumbrados a ver como los artistas superan con creces la edad de la jubilación sobre un escenario, es ahora cuando estamos empezando a ser testigos de como las primeras generaciones de rockeros empiezan a alcanzarla. En un repaso por encima de los nombres que a todos nos pueden venir a la cabeza hay que decir que, en general, la nota media que deberían de recibir creo que debería rozar el notable. Es cierto que en lo creativo prácticamente todos dieron lo mejor de si mismos hace muchísimo tiempo, pero no se les puede negar que, cuando se suben sobre las tablas, siguen defendiendo con dignidad su obra y demostrando el porqué de su grandeza.
Poco importa que los Stones, John Forgerty, The Who o Lou Reed (Dylan o Young siguen firmando obras maestras en esta década) no tengan nada que decir en 2009 si cada noche dejan todo lo que tienen y hacen vibrar a sus seguidores como hace casi medio siglo. Por desgracia nuestro país, en estos temas, siempre fue muy por detrás que el resto del mundo y tenemos que mirar a mediados de los 70 para empezar a encontrar a nuestros primeros viejos rockeros con una carrera continuada en esto de la música (Burning, Rosendo o Rot no han dejado de grabar discos en estos más de 30 años). Pero, como en toda regla, existe una excepción, y en el caso del rock patrio esta se llama Miguel (Mike) Ríos.
Confieso que nunca he creído demasiado en su música, y que mis sentimientos hay su persona siempre han sido muy ambivalentes, aunque en general creo que su presencia nunca me ha resultado desagradable. Además, y aunque solo sea por eso, su figura ha estado presente en mi desde muy pequeño cuando miraba los singles que había en casa de mis padres y ya aparecía allí tras el nombre de Mike Ríos. También le recuerdo cantando el “Himno de la alegría” (del que vendió 10 millones de copias en todo el mundo y le llevó a lo más alto de las listas en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Francia o Italia), el éxito del “Rock & Rios” y “Bienvenidos” a principios de los 80, su programa en televisión “Que noche la de aquel año” (con el que en 1987 repasó la historia de la música española e hizo que algunos descubriéramos que existía algo antes que la movida), y ya en las dos últimas décadas como acompañante más o menos habitual de la pareja calavera (Víctor Belén y Ana Manuel) en todo tipo de saraos mientras publicaba discos cada vez más distantes en el tiempo unos de otros y de los que sinceramente no puedo opinar por que no los he escuchado.
Es cierto que mucha gente (y prueba de ello es el concierto de mañana en Gredos en el que se hará acompañar de una nutrida pléyade de artistas patrios, algunos de ellos muy respetables) habla bien de él como artista y como persona, y también que cuando hace un par de años vi un concierto suyo por la tele no me pareció un tostón y aguanté hasta el final, pero a pesar de eso soy incapaz de rendirme a sus encantos.
No sé, me parece fenomenal que sigua por ahí como símbolo viviente del rock en España, aplaudo que le den todo tipo premios (por que creo que se los merece) e incluso me gustaría que siguiese muchos años más en la brecha para mostrar el camino a las nuevas generaciones de cómo se puede tener una larga carrera en esto de la música sin perder del todo el rumbo, pero amigos, me temo que de mi eso es todo lo que el bueno de Mike puede sacar...
Poco importa que los Stones, John Forgerty, The Who o Lou Reed (Dylan o Young siguen firmando obras maestras en esta década) no tengan nada que decir en 2009 si cada noche dejan todo lo que tienen y hacen vibrar a sus seguidores como hace casi medio siglo. Por desgracia nuestro país, en estos temas, siempre fue muy por detrás que el resto del mundo y tenemos que mirar a mediados de los 70 para empezar a encontrar a nuestros primeros viejos rockeros con una carrera continuada en esto de la música (Burning, Rosendo o Rot no han dejado de grabar discos en estos más de 30 años). Pero, como en toda regla, existe una excepción, y en el caso del rock patrio esta se llama Miguel (Mike) Ríos.
Confieso que nunca he creído demasiado en su música, y que mis sentimientos hay su persona siempre han sido muy ambivalentes, aunque en general creo que su presencia nunca me ha resultado desagradable. Además, y aunque solo sea por eso, su figura ha estado presente en mi desde muy pequeño cuando miraba los singles que había en casa de mis padres y ya aparecía allí tras el nombre de Mike Ríos. También le recuerdo cantando el “Himno de la alegría” (del que vendió 10 millones de copias en todo el mundo y le llevó a lo más alto de las listas en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Francia o Italia), el éxito del “Rock & Rios” y “Bienvenidos” a principios de los 80, su programa en televisión “Que noche la de aquel año” (con el que en 1987 repasó la historia de la música española e hizo que algunos descubriéramos que existía algo antes que la movida), y ya en las dos últimas décadas como acompañante más o menos habitual de la pareja calavera (Víctor Belén y Ana Manuel) en todo tipo de saraos mientras publicaba discos cada vez más distantes en el tiempo unos de otros y de los que sinceramente no puedo opinar por que no los he escuchado.
Es cierto que mucha gente (y prueba de ello es el concierto de mañana en Gredos en el que se hará acompañar de una nutrida pléyade de artistas patrios, algunos de ellos muy respetables) habla bien de él como artista y como persona, y también que cuando hace un par de años vi un concierto suyo por la tele no me pareció un tostón y aguanté hasta el final, pero a pesar de eso soy incapaz de rendirme a sus encantos.
No sé, me parece fenomenal que sigua por ahí como símbolo viviente del rock en España, aplaudo que le den todo tipo premios (por que creo que se los merece) e incluso me gustaría que siguiese muchos años más en la brecha para mostrar el camino a las nuevas generaciones de cómo se puede tener una larga carrera en esto de la música sin perder del todo el rumbo, pero amigos, me temo que de mi eso es todo lo que el bueno de Mike puede sacar...
1 comentario:
por favor, a Miguel Ríos lo he visto el otro día por la tela y daba auténtica pena. Si bien es cierto que siempre fue un personaje lamentable (imperdonable aquel bodrío vomitivo en el que destrozaba la novena de Beethoven por lo que no pago derechos de autor, pero que sí se hinchó a recibirlos), nunca imaginé que se iba a arrastrar de esa manera: desafinando cual garza, bailando como robocop y con pintas de maricón de baño público. En fin, supongo que Dios ha castigado su carrera de jetoncio con una vejez indigna.
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