Dos conversaciones distintas (en contextos y con personas diferentes) en torno a las fobias musicales en un mismo día son demasiadas para dejar pasar el tema por alto. La primera ha sido por la mañana en el “Charly Blues” (tienda de discos de segunda mano del barrio) con Xavi y el propio Carlos y ha surgido, como no, a raíz de que la imagen de Jackson surgiese y yo declarase mi aversión general e histórica hacia el personaje que me impedían valorar cualquiera de las virtudes que intentaran venderme de él. Al final, tras un rato de animada charla, ellos también se han mojado y han seleccionado a Dylan y Bunbury como ejemplo de artistas que, siendo aclamados mayoritariamente por público y crítica, no pueden soportar.
Por la tarde, ya en el trabajo y mientras tomaba café con Boris (el poeta argentino), el tema ha vuelto a surgir, esta vez con motivo del concierto de va a dar Depeche Mode esta noche en la ciudad. La verdad es que musicalmente a mi no me van demasiado pero, el hecho de que un tipo como Johnny Cash hiciese una versión de un tema suyo y lo transformase en una obra de arte significa que los tíos, al menos, saben hacer buenas canciones aunque luego su forma de vestirlas no me convenza. La cosa es que le he dicho (el es seguidor de la banda), para explicarle que sin gustarme al menos les respeto, que si me hubiesen dado una entrada no me hubiese importado ir a verles cosa que no sucede, por ejemplo, con Springsteen que su sola presencia me pone enfermo y al que no iría a ver ni regalado...
La conversación tomo otros derroteros y, ante sus preguntas, recordé que, en su momento, tanto Queen como Madonna me parecían unos artistas totalmente sobrevalorados (últimamente la verdad es que directamente ni me planteo su existencia) y su sola presencia en la radio o la TV me hacían apagar el aparato y dedicarme a otros menesteres. No niego ni que en determinados momentos de su carrera puedan haber hecho cosas interesantes (a mi “Nebraska” me parece soberbio y no me extrañaría que se lo hubiese hecho alguien), ni que tengan algún tema que me guste pero, en general, tras la obligada escucha de sus discos cuando aparecen publicados (últimamente directamente lo hago desde la red de redes), lo normal es que les mande de vuelta a donde habita el olvido y permanezcan allí recluidos hasta su siguiente trabajo (que por suerte, a excepción del boss, cada vez se distancian más en el tiempo unos de otros.
La respuesta a mi fobia a este poker de ases creo que hay que buscarla en mi adolescencia ochentera y la paliza que durante esos años llegaron a darnos con ellos. En lo musical no me aportaban nada pero, como en esos momentos hacerlo público era una osadía que solía concluir en un escarnio generalizado hacia mi persona, acabé pasando por alto cualquier comentario crítico de los susodichos personajes mientras crecía en mí un rechazo cada vez mayor a todo lo que tuviese que ver con ellos.
Es cierto que con los años he aprendido a ignorar a todos los artistas que se cruzaban en mi camino y que por la razón que fuese se me atravesaban pero, incluso en estas circunstancias, siempre he dado una oportunidad a las canciones para que hablasen por si mismas. Y como para toda regla existe una excepción, ha pasado que algún artista me haya sorprendido de verdad… Es entonces cuando, haciendo de tripas corazón, me dejo llevar por la música y disfruto doblemente de lo que se me ofrecen ya que, a la satisfacción puramente emocional de una composición se le une la de sentir que en el fondo no soy tan intolerante como algunos creen y que si hay calidad en el producto puedo tragarme todos los sapos y culebras del mundo y aplaudir como el que más al que realmente creo que se lo merece.
Por la tarde, ya en el trabajo y mientras tomaba café con Boris (el poeta argentino), el tema ha vuelto a surgir, esta vez con motivo del concierto de va a dar Depeche Mode esta noche en la ciudad. La verdad es que musicalmente a mi no me van demasiado pero, el hecho de que un tipo como Johnny Cash hiciese una versión de un tema suyo y lo transformase en una obra de arte significa que los tíos, al menos, saben hacer buenas canciones aunque luego su forma de vestirlas no me convenza. La cosa es que le he dicho (el es seguidor de la banda), para explicarle que sin gustarme al menos les respeto, que si me hubiesen dado una entrada no me hubiese importado ir a verles cosa que no sucede, por ejemplo, con Springsteen que su sola presencia me pone enfermo y al que no iría a ver ni regalado...
La conversación tomo otros derroteros y, ante sus preguntas, recordé que, en su momento, tanto Queen como Madonna me parecían unos artistas totalmente sobrevalorados (últimamente la verdad es que directamente ni me planteo su existencia) y su sola presencia en la radio o la TV me hacían apagar el aparato y dedicarme a otros menesteres. No niego ni que en determinados momentos de su carrera puedan haber hecho cosas interesantes (a mi “Nebraska” me parece soberbio y no me extrañaría que se lo hubiese hecho alguien), ni que tengan algún tema que me guste pero, en general, tras la obligada escucha de sus discos cuando aparecen publicados (últimamente directamente lo hago desde la red de redes), lo normal es que les mande de vuelta a donde habita el olvido y permanezcan allí recluidos hasta su siguiente trabajo (que por suerte, a excepción del boss, cada vez se distancian más en el tiempo unos de otros.
La respuesta a mi fobia a este poker de ases creo que hay que buscarla en mi adolescencia ochentera y la paliza que durante esos años llegaron a darnos con ellos. En lo musical no me aportaban nada pero, como en esos momentos hacerlo público era una osadía que solía concluir en un escarnio generalizado hacia mi persona, acabé pasando por alto cualquier comentario crítico de los susodichos personajes mientras crecía en mí un rechazo cada vez mayor a todo lo que tuviese que ver con ellos.
Es cierto que con los años he aprendido a ignorar a todos los artistas que se cruzaban en mi camino y que por la razón que fuese se me atravesaban pero, incluso en estas circunstancias, siempre he dado una oportunidad a las canciones para que hablasen por si mismas. Y como para toda regla existe una excepción, ha pasado que algún artista me haya sorprendido de verdad… Es entonces cuando, haciendo de tripas corazón, me dejo llevar por la música y disfruto doblemente de lo que se me ofrecen ya que, a la satisfacción puramente emocional de una composición se le une la de sentir que en el fondo no soy tan intolerante como algunos creen y que si hay calidad en el producto puedo tragarme todos los sapos y culebras del mundo y aplaudir como el que más al que realmente creo que se lo merece.
2 comentarios:
"Boris, el poeta argentino"...?¿
Extraordinario talento el suyo, válgame dios...
...y tú que haces tomando cafés en horas de trabajo...???
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