Acabo de terminar de ver el documental “Loqillo, Leyenda urbana” y al volver a escuchar las canciones de su primera época una gran melancolía se me ha enganchado y me temo que hasta mañana no me la podré quitar de encima. Nunca he sido seguidor del Loco pero entre los 14 y los 18 formó parte imprescindible de la banda sonora de mi vida y, al recordar de nuevo aquellos viejos temas, no he podido evitar regresar a esos años.
Mis amigos eran rockers y, aunque algunos lo eran hasta las últimas consecuencias y otros sólo de boquilla, todos compartían la afición por las canciones de Loquillo. Al acabar las clases nos sentábamos en la puerta del “Crisis” a dejar pasar las horas, y si no salían desde su interior las notas de su disco con los Intocables o “El ritmo del garaje”, eran ellos los que se ponían a cantar “No bailes rock and roll en El Corte Ingles” o “En las calles de Madrid”, yéndose las tardes, los cursos y los primeros amores... Por que eso es lo que me evocan esos temas, la felicidad de tener que vivir toda la vida que te queda por delante en las siguientes horas, el olor del invierno y la primavera, la tristeza gris y melancólica del otoño y las respuestas a muchas de nuestras dudas de la época en las letras de Sabino Méndez...
Fueron cuatro los discos de Loquillo y los Trogloditas que salieron en ese periodo. Con “La mafia del baile” de 1985 fue el encuentro y la negación ya que estaba en otro rollo y a mi el tipo ese no me decía nada. Además a mis colegas les jodia que le criticase y aunque prefería las cosas que había hecho antes, me lo acabé aprendiendo de tanto escucharlo a pesar de que nunca me llego convencer. Distinto fue lo de “Mis problemas con las mujeres” ya que desde los primeros acordes de “Siempre libre” hasta los últimos de “Los mejores años de nuestra vida” pasando por “Piratas”, “La mataré” o “Algún día moriremos” cada estrofa supuso un disparo a la línea de flotación emocional del chaval que entonces era...
En 1988 llego “Morir en primavera” y como si de una premonición se tratase el fin empezó a fraguarse... “Rompeolas”, “Todo el mundo ama a Isabel” o “”Domingo en mi ciudad” nos dejaron en la puerta de la universidad, y aquellas tardes que no volvieron a repetirse, poco a poco se fueron olvidando. El directo, que tanta fama tiene y a mi me deja un poco frió, sólo corroboró lo que ya se venia mascando. Sonido contundente, su voz especialmente mala, unos empalmes entre canciones bastante chapuceros y un “nena” berreado hasta la saciedad al final de “Cadillac solitario” que a mi me ponía enfermo cada vez que lo oía... Sin Sabino en los Trogloditas se perdió la magia juvenil y, aunque el Loco (como no podía ser de otra forma) maduró probablemente para mejor, no volví a engancharme a un disco suyo hasta muchos años después.
Para entonces sus canciones ya no tenían ese algo que antes me parecía mágico y, aunque he seguido su trabajo casi palmo a palmo, asumo que toda la culpa de ese no conectar ha sido exclusivamente mía. Con los años la música se disfruta de otra manera, los discos se asimilan con más urgencia (cuando te comprabas un par de ellos al mes te acababas aprendiendo hasta la línea del bajo) y es tanto lo que me queda por escuchar... En los últimos 20 años ha hecho grandes canciones, ha dado a conocer al gran público a algunos grandes poetas y a demostrado que Loquillo era algo más que Sabino... Creo que no ha vuelto vender tanto como con “A por ellos...” y es injusto, ya que sus discos suelen ser una garantía de honestidad y calidad, pero se ha consolidado con el rockero con más clase y personalidad que nunca pisó un escenario por estos lares
Cuando una canción o un disco te acompañan a lo largo de toda la vida pierden la función de removedor de sentimientos. En todos los momentos buenos, malos o regulares están ahí y, ya que no pueden recordarte nada por que siempre te acompañan, se acaban convirtiendo en un apéndice más de tu cuerpo. Por el contrario esas que tienen un carácter temporal y luego desaparecen, cuando vuelven a presentarse pueden convertirse en un mordisco directo a la yugular... Eso son para mi las canciones del Loco, la ventana a dias distintos que no volverán... Y hace ya tanto tiempo...
Mis amigos eran rockers y, aunque algunos lo eran hasta las últimas consecuencias y otros sólo de boquilla, todos compartían la afición por las canciones de Loquillo. Al acabar las clases nos sentábamos en la puerta del “Crisis” a dejar pasar las horas, y si no salían desde su interior las notas de su disco con los Intocables o “El ritmo del garaje”, eran ellos los que se ponían a cantar “No bailes rock and roll en El Corte Ingles” o “En las calles de Madrid”, yéndose las tardes, los cursos y los primeros amores... Por que eso es lo que me evocan esos temas, la felicidad de tener que vivir toda la vida que te queda por delante en las siguientes horas, el olor del invierno y la primavera, la tristeza gris y melancólica del otoño y las respuestas a muchas de nuestras dudas de la época en las letras de Sabino Méndez...
Fueron cuatro los discos de Loquillo y los Trogloditas que salieron en ese periodo. Con “La mafia del baile” de 1985 fue el encuentro y la negación ya que estaba en otro rollo y a mi el tipo ese no me decía nada. Además a mis colegas les jodia que le criticase y aunque prefería las cosas que había hecho antes, me lo acabé aprendiendo de tanto escucharlo a pesar de que nunca me llego convencer. Distinto fue lo de “Mis problemas con las mujeres” ya que desde los primeros acordes de “Siempre libre” hasta los últimos de “Los mejores años de nuestra vida” pasando por “Piratas”, “La mataré” o “Algún día moriremos” cada estrofa supuso un disparo a la línea de flotación emocional del chaval que entonces era...
En 1988 llego “Morir en primavera” y como si de una premonición se tratase el fin empezó a fraguarse... “Rompeolas”, “Todo el mundo ama a Isabel” o “”Domingo en mi ciudad” nos dejaron en la puerta de la universidad, y aquellas tardes que no volvieron a repetirse, poco a poco se fueron olvidando. El directo, que tanta fama tiene y a mi me deja un poco frió, sólo corroboró lo que ya se venia mascando. Sonido contundente, su voz especialmente mala, unos empalmes entre canciones bastante chapuceros y un “nena” berreado hasta la saciedad al final de “Cadillac solitario” que a mi me ponía enfermo cada vez que lo oía... Sin Sabino en los Trogloditas se perdió la magia juvenil y, aunque el Loco (como no podía ser de otra forma) maduró probablemente para mejor, no volví a engancharme a un disco suyo hasta muchos años después.
Para entonces sus canciones ya no tenían ese algo que antes me parecía mágico y, aunque he seguido su trabajo casi palmo a palmo, asumo que toda la culpa de ese no conectar ha sido exclusivamente mía. Con los años la música se disfruta de otra manera, los discos se asimilan con más urgencia (cuando te comprabas un par de ellos al mes te acababas aprendiendo hasta la línea del bajo) y es tanto lo que me queda por escuchar... En los últimos 20 años ha hecho grandes canciones, ha dado a conocer al gran público a algunos grandes poetas y a demostrado que Loquillo era algo más que Sabino... Creo que no ha vuelto vender tanto como con “A por ellos...” y es injusto, ya que sus discos suelen ser una garantía de honestidad y calidad, pero se ha consolidado con el rockero con más clase y personalidad que nunca pisó un escenario por estos lares
Cuando una canción o un disco te acompañan a lo largo de toda la vida pierden la función de removedor de sentimientos. En todos los momentos buenos, malos o regulares están ahí y, ya que no pueden recordarte nada por que siempre te acompañan, se acaban convirtiendo en un apéndice más de tu cuerpo. Por el contrario esas que tienen un carácter temporal y luego desaparecen, cuando vuelven a presentarse pueden convertirse en un mordisco directo a la yugular... Eso son para mi las canciones del Loco, la ventana a dias distintos que no volverán... Y hace ya tanto tiempo...
1 comentario:
Este post y el anterior, seguro que están dedicados a Carlos.
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