Hacia muchísimos años que no escuchaba a Mike Oldfield. Nunca ha sido santo de mi devoción y únicamente le reconozco dos discos y medio dignos de mención, pero hay que reconocerle el dudoso mérito de haber vivido durante 35 años casi en exclusiva de un solo disco, y créanme, eso no es fácil. En las últimas semanas las circunstancias y ciertas influencias externas han hecho que revise otra vez su obra y lo único que puedo decir es que se han confirmado todas mis dudas y recelos de antaño.
Su primera aparicion seria dentro del mundo de la música fue acompañando a Kevin Ayers, primero como bajista y luego como guitarrista. En la banda de Ayers coincido con David Bedford que se ocupaba de los teclados y, como tenia cierta formación clásica y conecto con Mike, le ayudó en la creación de la maqueta del que seria su primer disco en solitario. Tras dejar el grupo y con su demo bajo el brazo recorrió todas las discográficas de Londres, pero en todas recibía la misma respuesta: es poco comercial y esto no lo va a comprar nadie. Empezó a trabajar como músico de sesión, y esto le llevó a los estudios “The Manor” que acababa de inaugurar Richard Brandson.
De entrada no le interesó el trabajo de Mike pero, como a los que trabajaban en su estudio si les convenció, le dejaron una semana que trabajase en una nueva maqueta. Y lo que no consiguieron sus colaboradores lo logró Simon Draper (propietario de una cadena de tiendas de discos) con el que se asocio para crear la discográfica Virgin. En “Tubular bells” Oldfield tocó prácticamente todos los instrumentos (más de veinte) y se grabaron más de dos mil cintas de pruebas. El poco tiempo que tubo para las mezclas finales y lo poco avanzadas que estaban las tecnologías hicieron que fuese un trabajo muy artesanal y que al final no sonase como a él le hubiese gustado.
Apareció en las tiendas en mayo de 1973, y el éxito fue inmediato. Esto Mike no lo llevó nada bien y se nota en el fallido “Hergest Ridge”, y recurrió por primera vez a su obra más conocida para que le sacase las castañas del fuego. En 1975 apareció la versión con orquesta sinfónica de “Tubular bells” en la que el tocaba la guitarra y que, aunque no alcanzó el éxito de la original, si logró frenar las críticas a su segundo trabajo. Pero todo esto no habría servido de nada si no llega a ofrecer algo bueno en su siguiente entrega, y por suerte lo hizo ya que en octubre de 1975 vio la luz “Ommadawn”, sin lugar a dudas su mejor disco y uno de los mejores del rock sinfónico de los 70.
El resto de la década y los 80 los paso publicando discos más bien sosos en los que mezclaba temas instrumentales con cancioncillas pop que, aunque hay que reconocerlas cierto interés, escuchadas ahora naufragan por esa producción tan ochentera... Pero aún le quedaba un as en la manga, y este se llamó “Amarok” y lo publicó 1990. Aunque es deudor del “Tubular..” por su concepto y desarrollo (aparecen las campanas y el cavernícola), en la base musical encontramos folk inglés, algún toque flamenco y música africana, por lo el disco se convierte en un trabajo interesantísimo y muy disfrutable que, incomprensiblemente, no recibió el reconocimiento de la crítica y el público. En cualquier caso creo que es su segunda y última obra maestra y que desde aquí empezó una acelerada decadencia.
En los últimos 18 años ha publicado 11 discos, que no es una mala cantidad pero, lamentablemente, ninguno de ellos llega al nivel mínimo exigible para alguien que ha sido capaz de firmar dos obras maestras (sobre todo una de ellas) y media. Además han sido cuatro más las relecturas del “Tubular bells” que ha hecho (“TB – II” en 1992, “TB – III” en 1998, “The millenium bell” en 1999 y “Tubular bells - 2003” en 2003) por lo que el asunto huele demasiado a podrido y suena a intentos fallidos para relanzar su carrera. Es cierto que se ha hablado mucho de él en esos casos y nada con los otros discos, y que la tentación de que hablen de uno, aunque sea mal, es demasiado tentador para alguien que ha estado en lo más alto. Probablemente piense que aún puede hacerse un hueco en el mercado o que las descargas de internet le están haciendo la puñeta, pero lo que realmente está sucediendo, y tu lo sabes Mike, es que las campanas están doblando es por ti...
Su primera aparicion seria dentro del mundo de la música fue acompañando a Kevin Ayers, primero como bajista y luego como guitarrista. En la banda de Ayers coincido con David Bedford que se ocupaba de los teclados y, como tenia cierta formación clásica y conecto con Mike, le ayudó en la creación de la maqueta del que seria su primer disco en solitario. Tras dejar el grupo y con su demo bajo el brazo recorrió todas las discográficas de Londres, pero en todas recibía la misma respuesta: es poco comercial y esto no lo va a comprar nadie. Empezó a trabajar como músico de sesión, y esto le llevó a los estudios “The Manor” que acababa de inaugurar Richard Brandson.
De entrada no le interesó el trabajo de Mike pero, como a los que trabajaban en su estudio si les convenció, le dejaron una semana que trabajase en una nueva maqueta. Y lo que no consiguieron sus colaboradores lo logró Simon Draper (propietario de una cadena de tiendas de discos) con el que se asocio para crear la discográfica Virgin. En “Tubular bells” Oldfield tocó prácticamente todos los instrumentos (más de veinte) y se grabaron más de dos mil cintas de pruebas. El poco tiempo que tubo para las mezclas finales y lo poco avanzadas que estaban las tecnologías hicieron que fuese un trabajo muy artesanal y que al final no sonase como a él le hubiese gustado.
Apareció en las tiendas en mayo de 1973, y el éxito fue inmediato. Esto Mike no lo llevó nada bien y se nota en el fallido “Hergest Ridge”, y recurrió por primera vez a su obra más conocida para que le sacase las castañas del fuego. En 1975 apareció la versión con orquesta sinfónica de “Tubular bells” en la que el tocaba la guitarra y que, aunque no alcanzó el éxito de la original, si logró frenar las críticas a su segundo trabajo. Pero todo esto no habría servido de nada si no llega a ofrecer algo bueno en su siguiente entrega, y por suerte lo hizo ya que en octubre de 1975 vio la luz “Ommadawn”, sin lugar a dudas su mejor disco y uno de los mejores del rock sinfónico de los 70.
El resto de la década y los 80 los paso publicando discos más bien sosos en los que mezclaba temas instrumentales con cancioncillas pop que, aunque hay que reconocerlas cierto interés, escuchadas ahora naufragan por esa producción tan ochentera... Pero aún le quedaba un as en la manga, y este se llamó “Amarok” y lo publicó 1990. Aunque es deudor del “Tubular..” por su concepto y desarrollo (aparecen las campanas y el cavernícola), en la base musical encontramos folk inglés, algún toque flamenco y música africana, por lo el disco se convierte en un trabajo interesantísimo y muy disfrutable que, incomprensiblemente, no recibió el reconocimiento de la crítica y el público. En cualquier caso creo que es su segunda y última obra maestra y que desde aquí empezó una acelerada decadencia.
En los últimos 18 años ha publicado 11 discos, que no es una mala cantidad pero, lamentablemente, ninguno de ellos llega al nivel mínimo exigible para alguien que ha sido capaz de firmar dos obras maestras (sobre todo una de ellas) y media. Además han sido cuatro más las relecturas del “Tubular bells” que ha hecho (“TB – II” en 1992, “TB – III” en 1998, “The millenium bell” en 1999 y “Tubular bells - 2003” en 2003) por lo que el asunto huele demasiado a podrido y suena a intentos fallidos para relanzar su carrera. Es cierto que se ha hablado mucho de él en esos casos y nada con los otros discos, y que la tentación de que hablen de uno, aunque sea mal, es demasiado tentador para alguien que ha estado en lo más alto. Probablemente piense que aún puede hacerse un hueco en el mercado o que las descargas de internet le están haciendo la puñeta, pero lo que realmente está sucediendo, y tu lo sabes Mike, es que las campanas están doblando es por ti...
1 comentario:
Coincido en la muerte creativa del genio de Reading, creo que su producción ochentera sí puede ser objeto de debate, para nada estoy de acuerdo con su parcial visión de los cuatro Opus de los años setenta de Mike. No hay que olvidarse de Incantations, un disco desde luego no perfecto pero cuya escucha hoy en día aporta cosas muy interesantes. Ahora machaquemos a Pink Floyd, no nos cortemos, no caigamos en parcialidades ni en dosis de subjetividad. Oldfield está seco, pero los Pink casi se cargaron Venecia en aquel concierto de ingrato recuerdo (desde luego han acelerado su hundimiento).
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