viernes, 12 de junio de 2009

El chico más pálido de la playa de Gros

La razón de la presencia de Poch hoy aquí hay que buscarla en mi visita de la semana pasada a San Sebastián y en un single recién publicado por La Buena Vida con una versión de “Viaje por países pequeños”. No soy un gran seguidor de su obra musical pero si de su personaje y creo que, si alguien merece el título de agitador (en el buen sentido) de la llamada movida madrileña ese es él. Ignacio Gasca nació en Donostia en 1956 aunque toda su carrera artística la desarrolló en Madrid hasta que, tras publicar su segundo disco en solitario (“Nuevos sistemas para viajar” de 1988 en el colaboraba un tal Antonio Vegajurel), regresó a su ciudad natal para morir 10 años después victima de la Enfermedad de Huntington (enfermedad neurodegenerativa) que le habían detectado a mediados de los 80.

Hoy no me voy a centrar en su obra junto a Ejecutivos Agresivos, La Banda sin Nombre o Derribos Arias (y lo dejo como asunto pendiente para otro día) si no que me gustaría dar una pequeña pincelada sobre esa personalidad que le convirtió en una figura imprescindible de ese Madrid mitificado... Para mi en aquellos años era simplemente un nombre habitual en reseñas de los periódicos y en programas de Radio3 que, a excepción de “Branquias bajo el agua”, en general me dejaba bastante indiferente. Su sonido era demasiado crudo y, aunque por momentos en sus canciones había melodía, en otros desaparecía, y con 15 años aquello me parecía totalmente incomprensible.

Me llamaba la atención esa forma de mezclar punk, afterpunk y psicodelia y sus letras provocativas y rompedoras, pero nunca hasta el punto de acercarme a una tienda a comprar un disco suyo. Visto ahora con la perspectiva que da el tiempo y leyendo de nuevo sus letras, te das cuenta de lo punzante y surrealista que era su humor y te imaginas la cara con la que muchos tuvieron que quedarse al ver su propuesta. Y es que su fuerte, en el lugar donde Poch se transformaba dando rienda suelta a toda su teatralidad y sus extravagancias, era sobre un escenario en el que su despliegue de gestos y ocurrencias solía superar normalmente el espectáculo musical.

El momento en que por primera vez me acerque con interés (y, por que no decirlo, con sorpresa una vez escuchado el resultado) a su obra fue cuando apareció el disco homenaje que le hicieron sus compañeros y amigos para recaudar fondos para cubrir sus necesidades durante su enfermedad. Ese precioso título de “El chico más pálido de la playa de Gros” (1991) y la imagen de su portada me sedujeron de entrada, pero fue el hecho de que el disco contuviese relecturas de sus canciones hechas por alguno de los artistas que más me interesaban en ese momento, lo que me llevó a tratar de hacerme con una copia. No lo conseguí (me da que no debió tener una buena distribución y se editaron pocas copias ya que cuando por fin lo encontré el precio me pareció prohibitivo) por lo que me tuve que conformar con una copia en cinta.

Ahí es donde me encontré con el Poch músico creador de preciosas canciones, ya que la dimensión que tomaban muchos de esos temas en las voces de otros superaban con creces a las originales y descubrí grandes canciones que perfectamente podrían haberse convertido en auténticos himnos, de no ser por lo arriesgado de su propuesta musical que las llevaba a terrenos más difíciles de asimilar por parte de la gran mayoría (entre los que me encontraba).

Hasta que puse el single de La Buena Vida al llegar a casa, hacia muchos años que no escuchaba nada de él y, como sucedió cuando me encontré con las versiones que hicieron Los Enemigos, Gabinete Caligari, Los Coyotes de Víctor Abundancia o Esclarecidos, me he dado cuenta de lo bonitas que pueden llegar a sonar sus canciones y de lo viva que sigue su obra tantísimo tiempo después... El fue único, un adelantado a su época que, de haber nacido en otro país, ahora tendría millones de entradas en internet y ocuparía un puesto de privilegio en su historia musical. Pero por desgracia lo hizo en San Sebastián y se fue lentamente y sin hacer ruido. Toda una paradoja para un hombre que hizo en la década de oro que su voz sonara más fuerte y alto que ninguna otra.

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