Durante los miércoles de junio trataré de resumir los cinco años que Roger Waters dedicó al proyecto de “The wall”, probablemente el más grande de la historia del rock. Desde el principio Waters tenia claro que iba a ser un trabajo multidisciplinar, y aunque en un primer momento intentó compaginarlos, enseguida se dio cuenta que era imposible y tendría que sucederlos en el tiempo. Al final, en noviembre de 1979 publicaron el doble álbum, entre 1980 y 1981 dieron una serie de conciertos (con todo el montaje que suponía) en cuatro sedes distintas (Los Angeles, Nueva York, Londres y Dormund) y por último en 1982 se estrenó la película dirigida por Alan Parker y protagonizada por Bob Geldof. En próximas entradas me encargaré de cada uno de ellos, pero hoy toca hablar de cómo se gestó esta epopeya musical...
Para ello tenemos que remontarnos a la gira de presentación de “Animals” en directo y más concretamente a la fase americana en la que probablemente se colocó el primer ladrillo en el muro de Waters. La gira en su globalidad fue la primera que concibieron para grandes recintos (entre 30000 y 90000 espectadores) por lo que el espectáculo tenia que estar acorde con ellos. Grandes globos hinchables, proyecciones, aviones volando sobre el público... y todo eso para un perfeccionista como Waters suponían demasiadas cosas de las que estar pendiente al margen de lo meramente musical.
En la gira por Estados Unidos los Floyd se encontraron con una costumbre ajena a la tradición europea que consistía en tirar cohetes y petardos durante la actuación, además de ser muy ruidoso y chillón lo consideraban una falta de respeto hacia el artista. Si hasta ese momento un público muy concreto había sido el consumidor de su música, con los años se habían transformado en un producto de consumo mas, por lo que sus conciertos se transformaron en actos sociales a los que la gente asistía para poder decir al día siguiente que había visto al cerdo volando. La tensión iba subiendo día a día, y en una de la ultimas fechas (3 de julio de 1977 en el Madison Square Garden de Nueva York) insultó desde el escenario a los que se dedicaban a molestar e incluso le llevó a confundirse en una canción y tener que empezarla de nuevo.
Pero eso no era lo único que trastornaba a Waters. Por un lado ese nuevo concepto de gira en grandes espacios que les obligaba a distanciarse más del público elevando el escenario y alejándolo de las primeras filas le hicieron dejar de sentirse a gusto en una situación tan deshumanizante que impedía la comunión y la comunicación con la audiencia. Era consciente que esa situación la habían creado ellos mismos y le obsesionaba que ya no solo eran víctimas de la maquinaria del rock, si no que se habían convertido en unos colaboradores activos. En contraste a esto su megalomanía crecía cada vez más y como ejemplo contaré que mientras sus compañeros llegaban al recinto en limusina el lo hacía en helicóptero o que evitó todas las obligaciones promocionales y rechazó las invitaciones a fiestas y saraos para así no tener que relacionarse con la gente.
La gota que colmo el vaso se produjo en el último concierto de la gira en el Estadio Olímpico de Montreal (6 de julio) cuando al poco empezar “Pigs on the wind, part 2” interrumpió su interpretación para pedir, con palabras subidas de tono, que se dejasen de tirar petardos ya que estaba intentando cantar una canción. Además durante todo el concierto no quitó ojo a un espectador de la primera fila que no paraba de gritar y al acabar “Pigs” pidió a un roadie que le elevase hacia el escenario para escupirle a la cara cuando lo tuvo a distancia. Eso marcó el desarrollo del resto del concierto hasta el punto que, en el último bis en lugar de interpretar un tema del grupo hicieron un viejo blues para el que David Gilmour se borró para verlo desde la mesa de sonido en el centro del estadio.
Durante toda la gira Waters había gritado tras la tercera estrofa de “Pigs” un número que al principio nadie supo interpretar para luego descubrir que se trataba del que correspondía en el orden numérico al del show que estaban dando. Parecía como si estuviese enumerando el tiempo que le faltaba para acabar con esa pesadilla. Fueron un total de 55 las representaciones, y al finalizarlas ya había visualizado el comentario aparecido en la prensa británica durante la fase europea de la gira en el que se decía que el paso lógico de la banda en teatralidad seria colocar muñecos sobre el escenario con las caretas de sus miembros. Había tomado conciencia en la distancia existente entre él y los que asistían a sus conciertos por lo que se prometió que la siguiente vez que se enfrentase cara a cara con una audiencia lo haría detrás de un muro.
A lo largo de 1978 aparecieron en el mercado sendos discos en solitario de Gilmour y Wright y seguramente el de Waters también lo habría sido de no ser por la aparición en escena de “Warburg”. Se trataba de una accesoria financiera a la que Fink Floyd encargó que gestionara dos millones de libras (de las de finales de los 70) y que literalmente los estafó (y a muchos otros clientes) y les hizo entrar en una situación económica delicada. La discográfica ofreció 4,5 millones de anticipo por un disco de los Floyd por lo que a uno le toco renunciar a su primer trabajo en solitario y a los otros tragar con el proyecto de Waters.
Había estado trabajando el solo desde otoño de 1977 y, cuando llego el momento de volver con la banda en julio de 1978, les presentó dos cintas de 90 minutos cada una con las maquetas de dos álbumes distintos. La primera se titulaba “Bricks in the wall” y la segunda “The pros and cons of hitch-hiking”, y entre todos tenían que decidir cual seria el siguiente disco de Pink Floyd. Finalmente, tras estudiar ambas propuestas, optaron por desarrollar la idea del muro a pesar de tener muchas limitaciones musicales ya que, tanto en lo conceptual como a nivel de letras era muy sólido (la otra historia era demasiado deprimente y personal aunque al final de ella saldría su debut en solitario del bajista). Visto lo visto quedaban demasiadas cosas por pulir y mucho que hacer por lo que todos (¿todos?) se pusieron de inmediato manos a la obra.
Para ello tenemos que remontarnos a la gira de presentación de “Animals” en directo y más concretamente a la fase americana en la que probablemente se colocó el primer ladrillo en el muro de Waters. La gira en su globalidad fue la primera que concibieron para grandes recintos (entre 30000 y 90000 espectadores) por lo que el espectáculo tenia que estar acorde con ellos. Grandes globos hinchables, proyecciones, aviones volando sobre el público... y todo eso para un perfeccionista como Waters suponían demasiadas cosas de las que estar pendiente al margen de lo meramente musical.
En la gira por Estados Unidos los Floyd se encontraron con una costumbre ajena a la tradición europea que consistía en tirar cohetes y petardos durante la actuación, además de ser muy ruidoso y chillón lo consideraban una falta de respeto hacia el artista. Si hasta ese momento un público muy concreto había sido el consumidor de su música, con los años se habían transformado en un producto de consumo mas, por lo que sus conciertos se transformaron en actos sociales a los que la gente asistía para poder decir al día siguiente que había visto al cerdo volando. La tensión iba subiendo día a día, y en una de la ultimas fechas (3 de julio de 1977 en el Madison Square Garden de Nueva York) insultó desde el escenario a los que se dedicaban a molestar e incluso le llevó a confundirse en una canción y tener que empezarla de nuevo.
Pero eso no era lo único que trastornaba a Waters. Por un lado ese nuevo concepto de gira en grandes espacios que les obligaba a distanciarse más del público elevando el escenario y alejándolo de las primeras filas le hicieron dejar de sentirse a gusto en una situación tan deshumanizante que impedía la comunión y la comunicación con la audiencia. Era consciente que esa situación la habían creado ellos mismos y le obsesionaba que ya no solo eran víctimas de la maquinaria del rock, si no que se habían convertido en unos colaboradores activos. En contraste a esto su megalomanía crecía cada vez más y como ejemplo contaré que mientras sus compañeros llegaban al recinto en limusina el lo hacía en helicóptero o que evitó todas las obligaciones promocionales y rechazó las invitaciones a fiestas y saraos para así no tener que relacionarse con la gente.
La gota que colmo el vaso se produjo en el último concierto de la gira en el Estadio Olímpico de Montreal (6 de julio) cuando al poco empezar “Pigs on the wind, part 2” interrumpió su interpretación para pedir, con palabras subidas de tono, que se dejasen de tirar petardos ya que estaba intentando cantar una canción. Además durante todo el concierto no quitó ojo a un espectador de la primera fila que no paraba de gritar y al acabar “Pigs” pidió a un roadie que le elevase hacia el escenario para escupirle a la cara cuando lo tuvo a distancia. Eso marcó el desarrollo del resto del concierto hasta el punto que, en el último bis en lugar de interpretar un tema del grupo hicieron un viejo blues para el que David Gilmour se borró para verlo desde la mesa de sonido en el centro del estadio.
Durante toda la gira Waters había gritado tras la tercera estrofa de “Pigs” un número que al principio nadie supo interpretar para luego descubrir que se trataba del que correspondía en el orden numérico al del show que estaban dando. Parecía como si estuviese enumerando el tiempo que le faltaba para acabar con esa pesadilla. Fueron un total de 55 las representaciones, y al finalizarlas ya había visualizado el comentario aparecido en la prensa británica durante la fase europea de la gira en el que se decía que el paso lógico de la banda en teatralidad seria colocar muñecos sobre el escenario con las caretas de sus miembros. Había tomado conciencia en la distancia existente entre él y los que asistían a sus conciertos por lo que se prometió que la siguiente vez que se enfrentase cara a cara con una audiencia lo haría detrás de un muro.
A lo largo de 1978 aparecieron en el mercado sendos discos en solitario de Gilmour y Wright y seguramente el de Waters también lo habría sido de no ser por la aparición en escena de “Warburg”. Se trataba de una accesoria financiera a la que Fink Floyd encargó que gestionara dos millones de libras (de las de finales de los 70) y que literalmente los estafó (y a muchos otros clientes) y les hizo entrar en una situación económica delicada. La discográfica ofreció 4,5 millones de anticipo por un disco de los Floyd por lo que a uno le toco renunciar a su primer trabajo en solitario y a los otros tragar con el proyecto de Waters.
Había estado trabajando el solo desde otoño de 1977 y, cuando llego el momento de volver con la banda en julio de 1978, les presentó dos cintas de 90 minutos cada una con las maquetas de dos álbumes distintos. La primera se titulaba “Bricks in the wall” y la segunda “The pros and cons of hitch-hiking”, y entre todos tenían que decidir cual seria el siguiente disco de Pink Floyd. Finalmente, tras estudiar ambas propuestas, optaron por desarrollar la idea del muro a pesar de tener muchas limitaciones musicales ya que, tanto en lo conceptual como a nivel de letras era muy sólido (la otra historia era demasiado deprimente y personal aunque al final de ella saldría su debut en solitario del bajista). Visto lo visto quedaban demasiadas cosas por pulir y mucho que hacer por lo que todos (¿todos?) se pusieron de inmediato manos a la obra.
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