Han pasado 20 años de la caída del muro así que hoy toca poner un granito de arena para este coñazo colectivo que venimos sufriendo esta última semana y contar como casi un año después de su desaparición (el 21 de julio de 1990) se levantó en la Potsdamer Platz, ante la misma Puerta de Brandenburgo y por obra y gracia de Roger Waters, uno nuevo de 170 metros de largo y 25 de alto para mayor gloria del rock como espectáculo global.
Todo comenzó varios años antes cuando Waters conoció a Leonard Cheshire (un héroe de la Segunda Guerra Mundial que a la vuelta de la contienda fundó un hogar para discapacitados y que en la actualidad cuenta con cerca de 200), y este le propuso hacer algo para impulsar una nueva obra benéfica que se traía entre manos para crear una reserva económica para asistir a las victimas en desastres y catástrofes futuras. Era septiembre de 1989 y su idea consistía en volviera a montar “The Wall” como reclamo publicitario y económico asociación. En principio la respuesta fue negativa ya que había jurado no volver a interpretarlo hasta que cayera el de Berlín (su padre murió en la guerra y siempre ha vivido obsesionado con ella), aunque se ofreció para dar algún concierto convencional o cualquier otra cosa que se le pudiese ocurrir.
Lo que ocurre es que la propuesta puso a trabajar el cerebro de Waters, y empezó a sopesar la propuesta como respuesta a la gira triunfal (de la que el mismo había sido victima al coincidir en el tiempo con la suya presentando “Radio KAOS” y que fue un fracaso) que acababan de dar sus antiguos compañeros de Pink Floyd. Se dio cuenta de que el impacto de volver a representar “The Wall” diez años después seria una respuesta incontestable a la osadía de resucitar a la banda (la que el consideraba su banda) sin él, por lo que empezó a darle vueltas a como y donde se podría montar ese concierto benéfico…
Y el milagro sobrevino de repente una noche como la de hoy y todas las piezas encajaron de pronto en la cabeza de Waters. Se puso en contacto inmediato con Cheshire y empezaron a preparar la que estaba llamada a ser la más espectacular producción musical de la historia y una firme aspirante a superar a Woodstock o el Live Aid como mayor acontecimiento global, cultural y político del siglo XX. Las influencias del antiguo militar, además de para conseguir los permisos para realizarlo donde y como querían, fueron claves para incorporar al espectáculo el coro de Alemania Oriental, a los miembros de la Banda de Marchas de la Unión Soviética y dos helicópteros norteamericanos para sobrevolar la plaza mientras sonaba “Another brick in the wall”.
Los poco más de nueves meses que pasaron entre la caída del muro y el concierto de la Potsdamer Platz, Waters los dedico a poner de nuevo en marcha la maquina y adaptar el montaje a unas dimensiones ostensiblemente superiores a las que había utilizado en las 30 representaciones previas de “The Wall” (49 metros de largo por 11 de alto frente a los 170 por 25, de los 340 ladrillos a 2500…). Todo en el show tuvo que ajustarse a las nuevas dimensiones por lo que las marionetas se hicieron el doble de grandes, los equipos de luces se multiplicaron por cuatro, e incluso las proyecciones tuvieron que ser retocadas para no perder definición sobre una pantalla bastante más grande que para la habían sido concebidas.
Los ensayos duraron semanas y el trabajo de los técnicos repasado los equipos y los mecanismos para levantar el muro se repasaron hasta la saciedad ya que no podían permitirse que nada saliese mal. En la anterior gira necesitaron varios conciertos para ajustarlo todo, pero en esta ocasión había una sola oportunidad y un fallo podía suponer pasar de un éxito absoluto a un fracaso garrafal… Y a pesar de todo (y tal vez por la experiencia adquirida diez años antes) dicen Waters no perdió los papeles en ningún momento y capitaneo en proyecto de una forma impecable hasta el punto de que el éxito del evento supuso el suyo propio devolviéndole por méritos propios y por la puerta grande al olimpo del rock.
Cuando por fin llegó el día 250000 personas en directo y 8 millones en todo el mundo por televisión pudieron ver como un enorme muro volvía a levantarse poco a poco en el centro de Berlín a son de las notas de “The Wall” interpretadas por algunos de los artistas más importantes del momento y algunas leyendas vivas del rock (Van Morrison, Sinéad O'Connor, Cyndi Lauper, Scorpions, Bryan Adams, Joni Mitchell, Paddy Moloney, The Band, Marianne Faithfull, Paul Carrack, Thomas Dolby…). Todas las expectativas se vieron superadas tanto en afluencia de publico (la mayor parte acabó colándose por que tuvieron abrir las puertas ante la marea humana que se acercaba a la Potsdamer Platz) como en repercusión mediática gracias a la cual (y a la posterior venta del disco y el video) se pudo recuperar la gran inversión que supuso el montaje y dejar mucho dinero en las arcas de la asociación.
En lo meramente personal hay que reconocer que Waters obtuvo una gran victoria sobre sus ex compañeros ya que, aunque la gira de reunificación concluida un año antes había ido muy bien con más de cinco millones de entradas vendidas y un apoteósico final en Venecia sobre el Gran Canal, sus shows no aportaron nada nuevo y como el disco que presentaban (que era la base de la primera parte del concierto) era bastante flojo, en lo musical dejó un poco frío a los que buscaban a los Floyd de antaño y quedando sólo satisfechos los profesionales de la nostalgia que, eso si, hicieron su agosto.
El en cambio sin traicionarse a si mismo (además dejó claro que el “no iba a celebrar una victoria del capitalismo sobre el socialismo si no la del individuo frente a la tirania que no tiene color”) logró que no se notase la ausencia de los otros y que, mientras cientos de focos recorrían el cielo mezclados con castillos de fuegos artificiales, el ejercito soviético desfilaba bajo el muro y el parodiaba al führer haciendo el paso de ganso, 250000 berlineses acompañaran a gritos el estribillo final de “Tear down the wall!” (Derribad el muro) mientras el tiempo se detenía durante unos instantes para observarles…
Todo comenzó varios años antes cuando Waters conoció a Leonard Cheshire (un héroe de la Segunda Guerra Mundial que a la vuelta de la contienda fundó un hogar para discapacitados y que en la actualidad cuenta con cerca de 200), y este le propuso hacer algo para impulsar una nueva obra benéfica que se traía entre manos para crear una reserva económica para asistir a las victimas en desastres y catástrofes futuras. Era septiembre de 1989 y su idea consistía en volviera a montar “The Wall” como reclamo publicitario y económico asociación. En principio la respuesta fue negativa ya que había jurado no volver a interpretarlo hasta que cayera el de Berlín (su padre murió en la guerra y siempre ha vivido obsesionado con ella), aunque se ofreció para dar algún concierto convencional o cualquier otra cosa que se le pudiese ocurrir.
Lo que ocurre es que la propuesta puso a trabajar el cerebro de Waters, y empezó a sopesar la propuesta como respuesta a la gira triunfal (de la que el mismo había sido victima al coincidir en el tiempo con la suya presentando “Radio KAOS” y que fue un fracaso) que acababan de dar sus antiguos compañeros de Pink Floyd. Se dio cuenta de que el impacto de volver a representar “The Wall” diez años después seria una respuesta incontestable a la osadía de resucitar a la banda (la que el consideraba su banda) sin él, por lo que empezó a darle vueltas a como y donde se podría montar ese concierto benéfico…
Y el milagro sobrevino de repente una noche como la de hoy y todas las piezas encajaron de pronto en la cabeza de Waters. Se puso en contacto inmediato con Cheshire y empezaron a preparar la que estaba llamada a ser la más espectacular producción musical de la historia y una firme aspirante a superar a Woodstock o el Live Aid como mayor acontecimiento global, cultural y político del siglo XX. Las influencias del antiguo militar, además de para conseguir los permisos para realizarlo donde y como querían, fueron claves para incorporar al espectáculo el coro de Alemania Oriental, a los miembros de la Banda de Marchas de la Unión Soviética y dos helicópteros norteamericanos para sobrevolar la plaza mientras sonaba “Another brick in the wall”.
Los poco más de nueves meses que pasaron entre la caída del muro y el concierto de la Potsdamer Platz, Waters los dedico a poner de nuevo en marcha la maquina y adaptar el montaje a unas dimensiones ostensiblemente superiores a las que había utilizado en las 30 representaciones previas de “The Wall” (49 metros de largo por 11 de alto frente a los 170 por 25, de los 340 ladrillos a 2500…). Todo en el show tuvo que ajustarse a las nuevas dimensiones por lo que las marionetas se hicieron el doble de grandes, los equipos de luces se multiplicaron por cuatro, e incluso las proyecciones tuvieron que ser retocadas para no perder definición sobre una pantalla bastante más grande que para la habían sido concebidas.
Los ensayos duraron semanas y el trabajo de los técnicos repasado los equipos y los mecanismos para levantar el muro se repasaron hasta la saciedad ya que no podían permitirse que nada saliese mal. En la anterior gira necesitaron varios conciertos para ajustarlo todo, pero en esta ocasión había una sola oportunidad y un fallo podía suponer pasar de un éxito absoluto a un fracaso garrafal… Y a pesar de todo (y tal vez por la experiencia adquirida diez años antes) dicen Waters no perdió los papeles en ningún momento y capitaneo en proyecto de una forma impecable hasta el punto de que el éxito del evento supuso el suyo propio devolviéndole por méritos propios y por la puerta grande al olimpo del rock.
Cuando por fin llegó el día 250000 personas en directo y 8 millones en todo el mundo por televisión pudieron ver como un enorme muro volvía a levantarse poco a poco en el centro de Berlín a son de las notas de “The Wall” interpretadas por algunos de los artistas más importantes del momento y algunas leyendas vivas del rock (Van Morrison, Sinéad O'Connor, Cyndi Lauper, Scorpions, Bryan Adams, Joni Mitchell, Paddy Moloney, The Band, Marianne Faithfull, Paul Carrack, Thomas Dolby…). Todas las expectativas se vieron superadas tanto en afluencia de publico (la mayor parte acabó colándose por que tuvieron abrir las puertas ante la marea humana que se acercaba a la Potsdamer Platz) como en repercusión mediática gracias a la cual (y a la posterior venta del disco y el video) se pudo recuperar la gran inversión que supuso el montaje y dejar mucho dinero en las arcas de la asociación.
En lo meramente personal hay que reconocer que Waters obtuvo una gran victoria sobre sus ex compañeros ya que, aunque la gira de reunificación concluida un año antes había ido muy bien con más de cinco millones de entradas vendidas y un apoteósico final en Venecia sobre el Gran Canal, sus shows no aportaron nada nuevo y como el disco que presentaban (que era la base de la primera parte del concierto) era bastante flojo, en lo musical dejó un poco frío a los que buscaban a los Floyd de antaño y quedando sólo satisfechos los profesionales de la nostalgia que, eso si, hicieron su agosto.
El en cambio sin traicionarse a si mismo (además dejó claro que el “no iba a celebrar una victoria del capitalismo sobre el socialismo si no la del individuo frente a la tirania que no tiene color”) logró que no se notase la ausencia de los otros y que, mientras cientos de focos recorrían el cielo mezclados con castillos de fuegos artificiales, el ejercito soviético desfilaba bajo el muro y el parodiaba al führer haciendo el paso de ganso, 250000 berlineses acompañaran a gritos el estribillo final de “Tear down the wall!” (Derribad el muro) mientras el tiempo se detenía durante unos instantes para observarles…
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