lunes, 11 de mayo de 2009

Alta fidelidad o el diario de un coleccionista

“Escuchaba música pop porque estaba deprimido o estaba deprimido por escuchar música pop?” Con esta declaración, y tras un plano que empieza en un vinilo girando y termina en John Cusack tras recorrer el equipo de música y el cable de los cascos, comienza “Alta fidelidad”, la película que sobre la novela de Nick Hornby dirigió hace unos años Stephen Frears. Recuerdo que leí el libro a finales de los 90 y que me sentí totalmente identificado con el personaje en lo que se refiere a filias y fobias musicales (no tanto en los gustos si no en las manías y comportamientos típicos del coleccionista de discos), lo que me gustó por ver que no era tan raro lo que hacia, pero que también me inquietó, ya que nunca había visto determinadas cosas que consideraba de lo más normal del mundo con los ojos de un observador al que le cuentan una historia ajena.

Cuando se estrenó en los cines se me escapó y luego, con los años, aunque la he buscado (he de reconocer que sin excesivo interés) no he no he conseguido encontrarla por lo hasta que me la regaló Domingo por mi cumpleaños nunca había tenido la posibilidad de verla. Pero es que incluso con el DVD en mis manos he tardado varios meses en verla por el ajetreo de mi segunda niña rockera y también, por que negarlo, por la pereza de plantarme delante de la TV y tener que estar un par de horas delante de ella. Al final este fin de semana se han dado las condiciones necesarias para poder sentarme a verla tranquilamente, y he de decir que la he disfrutado y me ha hecho revivir las sensaciones que me produjo el libro hace ya una década.

Por el recuerdo que tengo del libro creo que ha captado perfectamente la esencia del personaje y de lo que es el modo de razonar y comportarse de los pirados por la música y los vinilos. Es evidente que por cuestiones narrativas y de ritmo se han suprimido muchas cosas y otras se han situado en momentos distintos de la trama, pero el resultado final creo que es simplemente espectacular... Y si en su momento deseé más que nada en el mundo haber escrito yo ese libro, ahora en el caso de haberlo hecho me sentiría encantado con como ha quedado su adaptación.

Son tantos pequeños detalles que aparecen aquí y allá a lo largo del metraje que resultaría imposible mencionar todos los hechos que, por lo que veo, deben ser comunes a todos los de esa raza, pero entre otros he vuelto a reencontrarme con las recopilaciones en cintas de casete y sus teorías para grabarlas (ahora con el CD es mucho más frió y basta con arrastrar la canción sin necesidad de escucharla e ir viendo como van encajando), las listas de favoritos sobre cualquier tema imaginable, la reorganización de la colocación de los discos en función de todo tipo de criterios (algunos de lo más absurdos), el llevar cintas a los colegas para que escuchen algo raro que has conseguido esperando que lo valoren, los prejuicios hacia cierto tipo de artistas y el desprecio (siempre metafóricamente hablando, claro) hacia sus seguidores, la extraña moral del coleccionista que te hace valorar quien merece y quien no tener un disco determinado...

Pero además es que refleja muy bien lo que es (ahora habría que decir que eran, ya que han convertido la música en un producto más de centro comercial) una tienda de discos, con un personal que sabe de música y con el que puedes discutir o intercambiar opiniones, que te descubre artistas y te recomienda con criterio cuando no tienes claro lo que quieres llevar, que es capaz de conseguir lo que el cliente busca aunque tenga que ir a buscarlo en el fin del mundo (lo cierto es que ahora con internet eso es más fácil)... Han logrado captar el espíritu de lo que es un tienda pequeña discos en la que el dueño conoce a muchos de sus clientes y la clase de conversaciones que allí se escuchan, y eso por si solo ya tiene un gran valor por que es algo que algún día se perderá.

Como perla para el cierre Frears nos regala una maravillosa versión del “Let’s get it on” de Marvin Gaye a cargo de Jack Black (que se sale a lo largo de toda la película) que solo sirve para redondear una fabulosa banda sonora que no cojea en ningún momento mientras te conduce sin remisión a ese clímax final. Por poner alguna pega me habría gustado que la acción se desarrollase en Londres como en la novela y no en las calles de Chicago y que se hubiesen respetado las referencias del autor en lugar de introducir grupos actuales y americanos... ¿Pero que es eso en un mar de aciertos?. Nada. Sobre todo si lo que los involucrados (Cusack y Frears) pretendían era simplemente contar como es la vida de un coleccionista que además adora la música.

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