He de reconocerlo. Hay artistas que me gustaría que me gustasen más de lo que me gustan. No puedo evitar sentir rechazo por ellos e incluso cierto desprecio, pero cuando fríamente los escucho en casa o leo alguna biografía me digo "pero como es posible que no me guste este tío, si por todo debería encantarme..." La lista es amplia, pero el que hoy me ha hecho recordar esta sensación ha sido Eric Clapton.
Creo que el origen de mi fobia está en la adolescencia. Cuando le conocí a mediados de los 80 no estaba en su mejor momento, y me temo que no lo ha vuelto a recuperar, aunque reconozco que ha hecho alguna cosilla interesante a posteriori. Pero en esa etapa de la vida en la que decides si eres de los Beatles o los Stones, vas con los rockers o con los mods o te alineas con las "hornadas" o los "babosos", mi referente era lo que se escuchaba de él, y a mi no me decía nada. Además a lo largo de los siguientes años se dedicó a sacar recopilatorios, directos y discos homenaje y de versiones, por lo que la imagen que se vendía, como uno de los grandes, se me antojaba exagerada y que la única razón por la que se sustentaba era por que tocaba la guitarra como dios...
Pero ni siquiera eso me valía. En esto de las seis cuerdas mis gustos siempre han ido más por lo emocional que por lo espiritual, y su gran técnica, la suavidad y elegancia con la que tocaba me parecía demasiado fría y carente de sentimiento. Recuerdo un concierto con Mark Knopfler en favor de Mandela, y si bien este tiene menos talento, la forma de acariciar las cuerdas directamente con los dedos conseguía arrancar de la guitarra un sonido más humano y atractivo que los salvajes punteos de "mano lenta".
Me resultaba muy extraña la devoción que despertaba en la prensa especializada y me rechinaba cada vez que ganaba algún premio (ingenuo de mi que aún creía en el valor de ese reconocimiento). Muchas veces me he puesto sus discos buscando algo, por que la lógica decía que ese tipo debía gustarme, pero nunca lo encontré. Además la historia de como le robo la mujer al bueno de George Harrison me provocaba la antipatía personal, que no lograba mitigar lo bien que hablaba todo el mundo de el. Aplaudo que rescatara del olvido la figura de Robert Johnson o su labor didáctica para llevar al gran público clásicos del blues, pero algo parecido hacia Luis Cobos con la música clásica y los puristas lo despellejaron sin piedad (con toda la razón del mundo).
Pero a la par iba descubriendo que existía otro Clapton. Empezando con los Yardbirds y continuando con los Bluesbreakers de John Mayall, los maravillosos Cream, Blind Faith y por ultimo Derek and The Dominos con Duane Allman, poco a poco me fui encontrando con alguien capaz de evolucionar de un blues clásico a ritmos psicodélicos (sin abandonar su esencia) y de introducir (¿quien fue primero Hendrix o él?) el pedal y los efectos distorsionados. La mala suerte se alió en su contra y no le conocí ni cuando ni como debía. Con otras circunstancias el enfoque de estas líneas habría sido distinto, pero las cosas fueron como fueron, y ahora sólo me queda, cuando lo escucho, el regusto amargo del que saborea un manjar con dolor de muelas.
Creo que el origen de mi fobia está en la adolescencia. Cuando le conocí a mediados de los 80 no estaba en su mejor momento, y me temo que no lo ha vuelto a recuperar, aunque reconozco que ha hecho alguna cosilla interesante a posteriori. Pero en esa etapa de la vida en la que decides si eres de los Beatles o los Stones, vas con los rockers o con los mods o te alineas con las "hornadas" o los "babosos", mi referente era lo que se escuchaba de él, y a mi no me decía nada. Además a lo largo de los siguientes años se dedicó a sacar recopilatorios, directos y discos homenaje y de versiones, por lo que la imagen que se vendía, como uno de los grandes, se me antojaba exagerada y que la única razón por la que se sustentaba era por que tocaba la guitarra como dios...
Pero ni siquiera eso me valía. En esto de las seis cuerdas mis gustos siempre han ido más por lo emocional que por lo espiritual, y su gran técnica, la suavidad y elegancia con la que tocaba me parecía demasiado fría y carente de sentimiento. Recuerdo un concierto con Mark Knopfler en favor de Mandela, y si bien este tiene menos talento, la forma de acariciar las cuerdas directamente con los dedos conseguía arrancar de la guitarra un sonido más humano y atractivo que los salvajes punteos de "mano lenta".
Me resultaba muy extraña la devoción que despertaba en la prensa especializada y me rechinaba cada vez que ganaba algún premio (ingenuo de mi que aún creía en el valor de ese reconocimiento). Muchas veces me he puesto sus discos buscando algo, por que la lógica decía que ese tipo debía gustarme, pero nunca lo encontré. Además la historia de como le robo la mujer al bueno de George Harrison me provocaba la antipatía personal, que no lograba mitigar lo bien que hablaba todo el mundo de el. Aplaudo que rescatara del olvido la figura de Robert Johnson o su labor didáctica para llevar al gran público clásicos del blues, pero algo parecido hacia Luis Cobos con la música clásica y los puristas lo despellejaron sin piedad (con toda la razón del mundo).
Pero a la par iba descubriendo que existía otro Clapton. Empezando con los Yardbirds y continuando con los Bluesbreakers de John Mayall, los maravillosos Cream, Blind Faith y por ultimo Derek and The Dominos con Duane Allman, poco a poco me fui encontrando con alguien capaz de evolucionar de un blues clásico a ritmos psicodélicos (sin abandonar su esencia) y de introducir (¿quien fue primero Hendrix o él?) el pedal y los efectos distorsionados. La mala suerte se alió en su contra y no le conocí ni cuando ni como debía. Con otras circunstancias el enfoque de estas líneas habría sido distinto, pero las cosas fueron como fueron, y ahora sólo me queda, cuando lo escucho, el regusto amargo del que saborea un manjar con dolor de muelas.
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