Fue hace un par de semanas cuando, por fin, la niña rockera me pidió que la pusiera el “Their satanic majesties request” de los Stones. Desde muy pequeñita la llamó la atención el gorro que lleva Mick Jagger en la foto de portada (capirote negro con una media luna dorada) y empezó a referirse a él como “el disco de la bruja”. Y a pesar de encantarla y cogerlo todos los días para verlo nunca había tenido la curiosidad de como sonaba hasta principios de año. Tengo que decir que no la gustó y enseguida se puso a juguetear con el periódico hasta que, a la tercera canción, se fue a su habitación en busca de algo que la entretuviera más. En cualquier caso sigue sentándose a ver su portada casi a diario y, cuando viene su primo de visita, lo primero que hace es pedirme que le enseñe la bruja, por lo que supongo que de momento no les ha puesto la cruz y más adelante tendrán otra oportunidad...
Pero hoy no pretendía hablar de la relación de la niña rockera con los Stones si no con las nuevas tecnologías. Cuando uno camina de forma irremediable hacia los 40 y se relaciona con gente de su generación, no es consciente de que los más jóvenes están viviendo en un mundo totalmente distinto al que nos toco vivir a nosotros. Cuando yo era niño el tocadiscos y el radiocasete era los únicos medios para escuchar música, pero es que eran los mismos que usaban mis padres por lo que vivíamos más o menos en el mismo plano y, si mi padre me contaba algo de su vida, yo al menos entendía por donde iban los tiros.
Ahora es distinto y mi niña, cuando crezca, me mirará como a un marciano cuando la diga que yo crecí con la tele en blanco y negro o sin mando a distancia, pero es que ya ahora, con apenas tres añitos, empieza a percibir que hay cosas que nos separan aunque no sepa muy bien cuales son. La última vez que subimos al rugby se vino con nosotros su primo, así que me tocó coger el coche de mi hermana que tiene montadas dos sillitas. Se trata de un modelo un poco antiguo (pero no tanto) y lleva instalado un radiocasete. Ella nunca había visto ninguno y la hizo gracia meter la cinta y ver que empezaba a sonar la música, pero no fue hasta que al cabo de dos canciones quiso volver a escuchar una y vio que no era tan fácil como creía, que no se dio cuenta de que había algo que se escapaba de su control.
El problema está en que la paciencia no es un valor en alza entre los niños y que, acostumbrados a que con apretar un botón es suficiente para volver a escuchar una canción, el concepto “rebobinar” se les escapa completamente. Empezaron a protestar y pedirme insistentemente que se la pusiera otra vez, pero lo peor llego cuando me pasé de frenada y lo que empezó a sonar fue el final del tema anterior. “Esta no es, esta no es, esta no es...” y así hasta que terminó y empezó la que ellos querían escuchar. La situación se repitió un par de veces más, y debieron darse cuenta que algo raro pasaba por que en el resto del viaje no volvieron a pedirme que repitiese ninguna canción.
El punto final de esta historia la puso ayer mismo cuando al subirse a nuestro coche, y mientras la ataba en su sillita, me dijo que la gustaba más este por que se podían repetir las canciones. Son pequeños pero no tontos y, al ritmo que avanza la tecnología, pronto seremos nosotros los que a sus ojos parezcamos idiotas cuando se pregunten como pudimos vivir sin... Y será peor cuando tratemos de convencerles que, a veces, así era mejor...
Pero hoy no pretendía hablar de la relación de la niña rockera con los Stones si no con las nuevas tecnologías. Cuando uno camina de forma irremediable hacia los 40 y se relaciona con gente de su generación, no es consciente de que los más jóvenes están viviendo en un mundo totalmente distinto al que nos toco vivir a nosotros. Cuando yo era niño el tocadiscos y el radiocasete era los únicos medios para escuchar música, pero es que eran los mismos que usaban mis padres por lo que vivíamos más o menos en el mismo plano y, si mi padre me contaba algo de su vida, yo al menos entendía por donde iban los tiros.
Ahora es distinto y mi niña, cuando crezca, me mirará como a un marciano cuando la diga que yo crecí con la tele en blanco y negro o sin mando a distancia, pero es que ya ahora, con apenas tres añitos, empieza a percibir que hay cosas que nos separan aunque no sepa muy bien cuales son. La última vez que subimos al rugby se vino con nosotros su primo, así que me tocó coger el coche de mi hermana que tiene montadas dos sillitas. Se trata de un modelo un poco antiguo (pero no tanto) y lleva instalado un radiocasete. Ella nunca había visto ninguno y la hizo gracia meter la cinta y ver que empezaba a sonar la música, pero no fue hasta que al cabo de dos canciones quiso volver a escuchar una y vio que no era tan fácil como creía, que no se dio cuenta de que había algo que se escapaba de su control.
El problema está en que la paciencia no es un valor en alza entre los niños y que, acostumbrados a que con apretar un botón es suficiente para volver a escuchar una canción, el concepto “rebobinar” se les escapa completamente. Empezaron a protestar y pedirme insistentemente que se la pusiera otra vez, pero lo peor llego cuando me pasé de frenada y lo que empezó a sonar fue el final del tema anterior. “Esta no es, esta no es, esta no es...” y así hasta que terminó y empezó la que ellos querían escuchar. La situación se repitió un par de veces más, y debieron darse cuenta que algo raro pasaba por que en el resto del viaje no volvieron a pedirme que repitiese ninguna canción.
El punto final de esta historia la puso ayer mismo cuando al subirse a nuestro coche, y mientras la ataba en su sillita, me dijo que la gustaba más este por que se podían repetir las canciones. Son pequeños pero no tontos y, al ritmo que avanza la tecnología, pronto seremos nosotros los que a sus ojos parezcamos idiotas cuando se pregunten como pudimos vivir sin... Y será peor cuando tratemos de convencerles que, a veces, así era mejor...
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