Nunca al empezar a escribir este blog pensé que fuese a dedicar una entrada a Miriam Makeba. De hecho, ha tenido que morir para recuperar del fondo de no se que rincón del cerebro, una melodía que me envía directamente a un momento de mi infancia en el que sonaba esa canción a la que hoy, por fin, puedo poner nombre.
Nacida en Johannesburgo el 4 de marzo de 1932 y fallecida ayer en Caserta (Italia) de un infarto tras un concierto contra La Camorra, fue durante toda su vida un icono de la lucha contra el apartheid en su país. La única conciencia real que tengo de ella es como la acompañante de Paul Simon en un momento de la actuación en la que presento "Graceland" en Zimbabwe y que echaron por la tele el día que mis padres compraron el vídeo. Durante varias semanas fue la única cinta que tuve, por lo que me la vi el suficiente numero de veces para aprendérmela de memoria e identificar claramente a "Mamá Africa" cuando he escuchado en la radio que había muerto.
Pero a pesar de eso el shock emocional no se ha dado hasta que he escuchado el "Pata, pata". De repente me he visto en un Seat 124 rojo, con mis padres, mis hermanos y mi abuela recorriendo el desierto almeriense a finales de los setenta. Teníamos un radiocasete a pilas en el que mi madre iba moviendo el dial buscando emisoras, y en un momento dado, sonó. Y si los olores tienen un poder evocador muy fuerte de las emociones del pasado, la música también, y yo hoy he cruzado de nuevo esa frontera de la memoria que al crecer creemos dejar atrás pero que en realidad queda grabada a sangre y fuego en el fondo del alma.
He sentido realmente su desaparición, aunque unos segundos antes de enterarme no recordase nada de lo que iba a volver a mi cabeza unos instantes después. Africa ha perdido a su mamá, pero yo, en una extraña sensación mezcla de amargura y nostalgia, he recuperado un cachito de mi infancia que ahora difícilmente me abandonará.
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