viernes, 26 de diciembre de 2008

Cuentecillo de navidad

Edmundo Autista (Edi para los conocidos) cerró la puerta de su despacho y bajo en el ascensor privado desde la parte noble de la sociedad de gestión de derechos de autor que dirigía a la calle. El palacete donde estaba la sede central se encontraba en el centro de la ciudad por lo que en cuanto pisó la acera se encontró una marabunta de personas que se movían en todas las direcciones. Empezó a caminar lentamente. Era nochebuena y no tenia prisa por llegar a casa así que decidió acercarse a la Plaza Mayor para ver el ambientillo y recordar sus primeras navidades en Madrid cuando aún no podía imaginar en quien se iba a convertir.

A finales de los 60 había fundado Los Gallegos con un grupo musical formado por amigos de la región y, aunque lograron algún éxito, España todavía no estaba preparada para su música. Con la llegada del rock progresivo, en los 70, adaptó al género algunas obras clásicas como el Adagio de Albinoni o el Canon de Pachelbel, e hizo de Bellido Delfos en un musical sobre El Cid, pero enseguida se dio cuenta que lo suyo era luchar por los derechos de los artistas y decidió crear una sociedad con la lograr que por fin dejaran de pisotearlos y los tomasen de una vez en serio... ¡Y vaya si lo consiguió! Se sentía orgulloso de si mismo...

Al Llegar a la calle Preciados, a pesar del ruido y del gentío, logro reconocer en la distancia una melodía que le resultaba familiar. Aceleró el paso como si un impulso le hubiere mandado de repente la orden al cerebro, y no paró hasta que unos 200 metros más abajo descubrió al responsable. Un músico callejero, con una guitarra y la armónica enganchada al cuello, estaba interpretando un tema bastante conocido de un cantautor que hacia unos años había sido bastante popular. La gente pasaba y le echaba unas monedas, e incluso a veces alguien se detenía a escucharle unos segundos antes de reanudar su marcha.

Durante cerca de una hora se dedicó a escucharle, e incluso se dio el gustazo de hacer un par de peticiones que el artista atendió casi de inmediato. El músico, por su parte, dejo volar la imaginación y vio en ese elegante caballero, que no le quitaba ojo, a un caza talentos e incluso se permitió el lujo de colar un par de composiciones propias de las que estaba especialmente orgulloso. Sentía que con cada minuto que pasaba estaba más cerca del éxito, pero tenia que demostrar seguridad en si mismo así que hasta que no decreció sensiblemente el volumen de gente que pasaba a su lado, no se descolgó la guitarra y empezó a recoger.

Fue en ese momento cuando de reojo observó que se le acercaba y por primera vez sintió que le temblaban ligeramente las piernas. Edi se presentó y de inmediato empezó a explicarle que estaba vulnerando los derechos de sus asociados, y que en actuaciones públicas se tenia que pagar el 10% de los ingresos en taquilla o si eran gratuitos 60 céntimos por cada espectador del aforo posible. Era nochebuena así que con el porcentaje de lo recaudado zanjarían el caso y podría irse a casa a cenar tranquilamente.

Al músico el mundo se le vino el encima y no pudo articular palabra, pero dadas las circunstancias y que el hombre del traje ya se había agachado para contar el dinero optó quedarse allí parado y esperar que todo acabase. Cuando lo hizo Edi le entregó lo que le correspondía, un recibo y una tarjeta por si deseaba afiliarse a su sociedad, y tranquilamente inició el retorno a su despacho para ingresar el dinero en caja. Mientras le veía alejarse suspiro profundamente y se metió la mano en el bolsillo para toquetear las ganancias. Al fin y al cabo, dentro de lo que podía haber pasado, la cosa no había acabado mal del todo. Cerro la funda, se colgó la guitarra a la espalda y se dirigió hacia Callao para coger el metro.

Nota del autor: En la foto que ilustra este cuentecillo he preferido prescindir de la imagen del músico callejero por si algún día la ve y decide denunciarme por vulnerar sus derechos de imagen.

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