Estamos en navidad, y dadas las circunstancias, puedo decir que mi niña rockera sigue dándome pequeñas satisfacciones (musicales, claro, que de las otras tengo un saco lleno). Resulta increíble el bombardeo de villancicos al que estamos sometidos y que, sin la presencia de un niño en tu vida, pasan absolutamente inadvertidos. Si a mi me hubiesen preguntado hace unos años si se escuchaban muchos o pocos en estas fechas, yo me hubiese quedado sin dudarlo con la segunda opción... y me hubiese equivocado de cabo a rabo. Tenemos esas cancioncillas tan metidas dentro de la cabeza que no eres consciente de la cantidad de veces que suenan hasta que tienes alguien cerca que te lo recuerda a cada instante.
Al margen de las influencias que pueda haber recibido en casa, a la niña rockera la encanta cantar. Cuando escucha una canción que conoce enseguida se anima y se pone a hacer los coros, por lo que es fácil imaginar que desde hace unas semanas salir con ella a la calle es un autentico espectáculo. Da igual el sitio al que entremos por que siempre está sonando por el hilo musical un villancico, así que, en cuanto identifica del que se trata, ni corta ni perezosa, se pone a cantarlo a gritos sin importarla que sea el supermercado, un centro comercial, la plaza mayor o la consulta del pediatra. Para ella cualquier sitio es bueno cuando de lo que se trata es de cantar.
Pero a pesar de esa saturación (o gracias a ella), todavía tiene hueco en su cabeza para las otras canciones. A estas alturas el concepto de posesión ya lo tiene muy asimilado, y se dedica a marcar la diferencia entre la que es su música y la que es mía, y cuando escucha algo, la gusta recalcar si esa melodía la pertenece a ella o a mi. Y en esa lucha diaria estábamos la semana pasada cuando, mientras la bañaba, en la radio sonó el “Salta” de Tequila. Desde muy pequeñita hay una serie de canciones que por su ritmo, temática o la sencillez del estribillo se las iba colando entre las de los Lunnis o los discos infantiles que escuchaba, y si bien al principio protestaba, con el tiempo acabó aceptándolas e incluso algunas se las aprendía para luego cantarlas.
Esa noche mientras la quitaba el jabón descubrí que “Salta” ya no me pertenecía, pero es que además tampoco podía escuchar sin su permiso “Adiós papá” de Los Ronaldos, “Manolito” de Toreros muertos, “Música ligera” de Pereza o “La del pirata cojo” de Sabina. Evidentemente me hice el ofendido y reclamé mis derechos sobre esos temas, pero ella tenia claro que, tan suyos eran “Susanita”, “Nos vamos a la cama” o “El patio de mi casa” como los otros y por mucho que la dijese nada iba a hacerla cambiar de opinión.
Algo parecido sucede con los vinilos, y parece que cada vez hay más que son de su posesión. Por sistema los que tienen dibujos, animales y medios de transporte (trenes, aviones, barcos, coches...) en la portada son suyos, pero si además hay bichos raros o macabros como en las de Dinosaurs Jr, la batalla está perdida antes de empezar a discutir.
Y a pesar de todo lo dicho, aún me guardaba una ultima sorpresa en el zurrón. Cuando el domingo nos subimos al coche para ir al rugby y empezaron a sonar Enrique y Ana, desde el asiento de atrás escuche que me decía “papi, quita eso y pon una de las tuyas”... Y no me quedo más que girarme, coger su manita y dejar que se me escapara una lagrimita mientras la tiraba un beso.
Hace 1 año
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