Hoy este blog cumple su primer año de vida (la muerte de Richard Wright y la necesidad de hacerme eco de ella supuso el pistoletazo de salida) y para celebrarlo inicio una nueva sección con la pretendo recordar un par de veces al mes esos discos que, formando parte de lo mejor de su intérprete, han quedado aparcadas en la cuneta de la memoria a causa de que una obra superior (o con repercusión) absorbe toda la atención del público y los medios. A veces el debut de un artista es tan impactante que superar esos inicios se torna en una tarea imposible y ese primer éxito se acaba convirtiendo en una losa que sepulta todo lo que vendrá después. También existen muchos casos de carreras de fondo en las que el cantante de marras poco a poco va adquiriendo experiencia, tablas y saber hacer hasta que tras unos años “on the road” consigue firmar una obra maestra a la altura de las expectativas creadas y ante la que todos se quitan el sombrero pero que acaba ensombreciendo todo lo hecho anteriormente.
Esto segundo es lo que le sucedió al artista que he elegido para empezar a hablar de los discos que habitan en el olvido, mientras otros (que no siempre son superiores) se ganan el reconocimiento y la inmortalidad. Y es que el gran Joaquín Sabina hace ahora diez años (concretamente lo hizo el pasado 5 de septiembre) publicó el laureado y multiaclamado (por otro lado con toda la razón del mundo) “19 días y 500 noches”, y desde ese momento el resto de su discografía pasó a un segundo plano, y lo que hasta ese instante había sido una discusión recurrente entre sus fans de decidir cual era su mejor trabajo, desde ese momento la cosa quedó manifiestamente clara y sin dar lugar a demasiadas dudas…
Bueno, pues yo si las tengo, o al menos me atrevo a poner sobre la mesa la candidatura de “Juez y parte” como mejor trabajo del jienense y creo que, después de esta salida del armario, muchos (o al menos algunos) apoyaran esta moción. Corría el año 1985 y tras tres discos fallidos fundamentalmente en el aspecto de la producción, por fin logró tomar el control de todo el proceso y lograr un sonido uniforme que diese sentido a sus canciones. Gran parte de la culpa de este cambio la tiene la presencia junto a él de Viceversa que, no solo aparecen acreditados en la portada como autores del disco, si no que ejercieron activamente como tales arreglando, componiendo e implicándose en todo el proceso como si todos juntos formasen una sola unidad con el destino común de sonar como una auténtica banda de rock and roll.
De su primer disco (“Inventario” de 1978) es mejor ni hablar ya que los arreglos orquestales son de juzgado de guardia y e la maqueta original se perdió sin dejar rastro entre tanta pomposidad. Algo parecido se podría decir de “Malas compañías” (1980) y, aunque al menos aquí las canciones aparecieron más desnudas, una vez más los arreglos dieron un poco al traste con el concepto general del disco salvándose por que esta vez había varias perlas que ni el peor trabajo en estudio podían destrozar. Con “La Mandrágora”, al haber sido grabado en una de las actuaciones que dieron en la sala, se consiguió que todo sonase tal cual era que, dadas las experiencias previas, no resultaba poca cosa, y más cuando en “Ruleta rusa” se volvieron a repetir los errores de antaño. En esta ocasión, al haberse grabado a lo largo de un par de años con dos productores (uno de ellos el inefable Luis Cobos), una docena de músicos distintos y varios arreglistas, a pesar de haber de nuevo grandes momentos, algunos temas se quedan cojos y mudos diluyéndose en si mismos y dando una vez unos resultados fallidos.
Con “Juez y parte” todo esto cambia ya que, al margen de haber fichado por “Ariola” que le da libertad absoluta y plenos poderes, Joaquín se encuentra por primera vez con las ideas muy claras gracias al paso dado al frente en su anterior trabajo de abandonar el redil de lo que se conocía como canción de autor y abrazar sin complejos el rock. Ya se encontraba liberado para hacer un poco lo que le diera la gana, y con la frescura que le aportaban las guitarras de Manolo Rodríguez y Pancho Varona, el toque funk de Javi Martínez en el bajo y el ritmo contundente pero no alocado de Paco Beneyto con su batería, logró que por fin todo sonase uniforme y en su sitio y que las canciones resaltasen por si mismas mostrando toda su grandeza y no insinuándola como había sucedido hasta entonces.
En lo puramente musical “Juez y parte” se inicia a golpe de batería para que a los pocos segundos entre la guitarra y el maestro entone esa declaración de principios que es “Güisqui sin soda” con eso de “Sólo cumplo años bisiestos que acaban en dos. Gasto más que gano, vivo con lo puesto menos un botón. No tengo costumbre de guardar la ropa si voy a nadar. Y de las dos majas de Goya prefiero la misma que tu…”. A continuación “Cuando era más joven” nos evoca esos tiempos en los que los trenes eran animales mitológicos que representaban la fuga, la huida, la libertad…, y a partir de ahí tres retratos de personajes marginales (“Ciudadano cero” sobre un hombre corriente que de repente se convierten asesino múltiple, el de una banda suburbial en “Kung-Fu” y el de un mendigo en la “Balada a Tolito”), un nuevo tema de tintes autobiográficos (“El joven aprendiz de pintor”) y cuatro canciones con el amor y las relaciones personales como fondo (“Rebajas de enero” e “Incompatibilidad de caracteres” sobre la vida con Lucia, “Princesa” con la historia de una amiga vencida por la heroína y “Quédate a dormir” sobre la incertidumbre de las relaciones de una sola noche) completan su primera obra maestra y el disco que le abrió la puerta al gran público.
En los años siguientes grabó un doble en directo y luego “Hotel, dulce hotel” que gracias al éxito de temas como “Así estoy yo sin ti”, “Que se llama soledad” o “Pacto entre caballeros” le situó en lo más alto de las listas de ventas e hizo de él un personaje muy popular. Siguió escribiendo grandes canciones en discos con muchos altibajos que, hasta la llegada del “19 días…”, mezclaban una de cal y otra de arena con éxitos incontestables y cosas de relleno que solían dejar un sabor un tanto agridulce… Y desde entonces el resto de la historia poco importa ya que Sabina ha alcanzado una posición que le sitúa más allá del bien y del mal y haga lo que haga habrá una multitud de fans dispuestos a aclamarle.
Por suerte o por desgracia para mi yo soy uno de ellos desde hace casi 25 años cuando una calurosa tarde de junio (y tras haberle visto la noche anterior en “Si yo fuera presidente” interpretando “Cuando era más joven”) me dirigí a “Galerías Preciados” y compré mi primer disco de Joaquín (que en aquel momento hacia el 16 de una colección que ahora supera los 2500) que se llamaba Juez y parte… Y desde ese día supe que ese tipo me acompañaría siempre pasase lo que pasase ya que, aunque no siempre me diese lo que yo quería o necesitaba, cuando lo hacia la satisfacción superaba con creces la decepción de cuando no… Por que lo bueno de nuestra relación es que cuando esto ha sucedido (sin rencores ni reproches por parte de ninguna de las partes) me ha bastado con mandarle al carajo y agarrarme a una de sus frases mientras esperaba que un mejor momento llegase ya que al fin y al cabo “perdí ya tantas noches que una más que mas da…”
Título: Juez y parte
Esto segundo es lo que le sucedió al artista que he elegido para empezar a hablar de los discos que habitan en el olvido, mientras otros (que no siempre son superiores) se ganan el reconocimiento y la inmortalidad. Y es que el gran Joaquín Sabina hace ahora diez años (concretamente lo hizo el pasado 5 de septiembre) publicó el laureado y multiaclamado (por otro lado con toda la razón del mundo) “19 días y 500 noches”, y desde ese momento el resto de su discografía pasó a un segundo plano, y lo que hasta ese instante había sido una discusión recurrente entre sus fans de decidir cual era su mejor trabajo, desde ese momento la cosa quedó manifiestamente clara y sin dar lugar a demasiadas dudas…
Bueno, pues yo si las tengo, o al menos me atrevo a poner sobre la mesa la candidatura de “Juez y parte” como mejor trabajo del jienense y creo que, después de esta salida del armario, muchos (o al menos algunos) apoyaran esta moción. Corría el año 1985 y tras tres discos fallidos fundamentalmente en el aspecto de la producción, por fin logró tomar el control de todo el proceso y lograr un sonido uniforme que diese sentido a sus canciones. Gran parte de la culpa de este cambio la tiene la presencia junto a él de Viceversa que, no solo aparecen acreditados en la portada como autores del disco, si no que ejercieron activamente como tales arreglando, componiendo e implicándose en todo el proceso como si todos juntos formasen una sola unidad con el destino común de sonar como una auténtica banda de rock and roll.
De su primer disco (“Inventario” de 1978) es mejor ni hablar ya que los arreglos orquestales son de juzgado de guardia y e la maqueta original se perdió sin dejar rastro entre tanta pomposidad. Algo parecido se podría decir de “Malas compañías” (1980) y, aunque al menos aquí las canciones aparecieron más desnudas, una vez más los arreglos dieron un poco al traste con el concepto general del disco salvándose por que esta vez había varias perlas que ni el peor trabajo en estudio podían destrozar. Con “La Mandrágora”, al haber sido grabado en una de las actuaciones que dieron en la sala, se consiguió que todo sonase tal cual era que, dadas las experiencias previas, no resultaba poca cosa, y más cuando en “Ruleta rusa” se volvieron a repetir los errores de antaño. En esta ocasión, al haberse grabado a lo largo de un par de años con dos productores (uno de ellos el inefable Luis Cobos), una docena de músicos distintos y varios arreglistas, a pesar de haber de nuevo grandes momentos, algunos temas se quedan cojos y mudos diluyéndose en si mismos y dando una vez unos resultados fallidos.
Con “Juez y parte” todo esto cambia ya que, al margen de haber fichado por “Ariola” que le da libertad absoluta y plenos poderes, Joaquín se encuentra por primera vez con las ideas muy claras gracias al paso dado al frente en su anterior trabajo de abandonar el redil de lo que se conocía como canción de autor y abrazar sin complejos el rock. Ya se encontraba liberado para hacer un poco lo que le diera la gana, y con la frescura que le aportaban las guitarras de Manolo Rodríguez y Pancho Varona, el toque funk de Javi Martínez en el bajo y el ritmo contundente pero no alocado de Paco Beneyto con su batería, logró que por fin todo sonase uniforme y en su sitio y que las canciones resaltasen por si mismas mostrando toda su grandeza y no insinuándola como había sucedido hasta entonces.
En lo puramente musical “Juez y parte” se inicia a golpe de batería para que a los pocos segundos entre la guitarra y el maestro entone esa declaración de principios que es “Güisqui sin soda” con eso de “Sólo cumplo años bisiestos que acaban en dos. Gasto más que gano, vivo con lo puesto menos un botón. No tengo costumbre de guardar la ropa si voy a nadar. Y de las dos majas de Goya prefiero la misma que tu…”. A continuación “Cuando era más joven” nos evoca esos tiempos en los que los trenes eran animales mitológicos que representaban la fuga, la huida, la libertad…, y a partir de ahí tres retratos de personajes marginales (“Ciudadano cero” sobre un hombre corriente que de repente se convierten asesino múltiple, el de una banda suburbial en “Kung-Fu” y el de un mendigo en la “Balada a Tolito”), un nuevo tema de tintes autobiográficos (“El joven aprendiz de pintor”) y cuatro canciones con el amor y las relaciones personales como fondo (“Rebajas de enero” e “Incompatibilidad de caracteres” sobre la vida con Lucia, “Princesa” con la historia de una amiga vencida por la heroína y “Quédate a dormir” sobre la incertidumbre de las relaciones de una sola noche) completan su primera obra maestra y el disco que le abrió la puerta al gran público.
En los años siguientes grabó un doble en directo y luego “Hotel, dulce hotel” que gracias al éxito de temas como “Así estoy yo sin ti”, “Que se llama soledad” o “Pacto entre caballeros” le situó en lo más alto de las listas de ventas e hizo de él un personaje muy popular. Siguió escribiendo grandes canciones en discos con muchos altibajos que, hasta la llegada del “19 días…”, mezclaban una de cal y otra de arena con éxitos incontestables y cosas de relleno que solían dejar un sabor un tanto agridulce… Y desde entonces el resto de la historia poco importa ya que Sabina ha alcanzado una posición que le sitúa más allá del bien y del mal y haga lo que haga habrá una multitud de fans dispuestos a aclamarle.
Por suerte o por desgracia para mi yo soy uno de ellos desde hace casi 25 años cuando una calurosa tarde de junio (y tras haberle visto la noche anterior en “Si yo fuera presidente” interpretando “Cuando era más joven”) me dirigí a “Galerías Preciados” y compré mi primer disco de Joaquín (que en aquel momento hacia el 16 de una colección que ahora supera los 2500) que se llamaba Juez y parte… Y desde ese día supe que ese tipo me acompañaría siempre pasase lo que pasase ya que, aunque no siempre me diese lo que yo quería o necesitaba, cuando lo hacia la satisfacción superaba con creces la decepción de cuando no… Por que lo bueno de nuestra relación es que cuando esto ha sucedido (sin rencores ni reproches por parte de ninguna de las partes) me ha bastado con mandarle al carajo y agarrarme a una de sus frases mientras esperaba que un mejor momento llegase ya que al fin y al cabo “perdí ya tantas noches que una más que mas da…”
Título: Juez y parte
Producción: Joaquín Sabina y Jesús Gómez
Grabado en: Doubrewtronics (Madrid)
Grabado en: Doubrewtronics (Madrid)
Editado por: ARIOLA en 1985
Canciones:
Cara A
- Güisqui sin soda (sexo sin boda)
- Cuando era más joven
- Ciudadano cero
- El joven aprendiz de pintor
- Rebajas de enero
Cara B
- Kung-Fu
- Balada a Tolito
- Incompatibilidad de caracteres
- Princesa
- Quédate a dormir
Canciones:
Cara A
- Güisqui sin soda (sexo sin boda)
- Cuando era más joven
- Ciudadano cero
- El joven aprendiz de pintor
- Rebajas de enero
Cara B
- Kung-Fu
- Balada a Tolito
- Incompatibilidad de caracteres
- Princesa
- Quédate a dormir
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